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articulo

Aula de expulsados

Laureano Herrador

Cómo reacciona un alumno difícil cuando se sabe ver más allá de su apariencia.
Soy profesor de Educación Especial en un instituto y este curso han llegado al centro alumnos especialmente problemáticos y violentos. Comenzó el curso y uno de ellos, que había correspondido al grupo de mi compañera, empezó a crear serios problemas (amenazas a profesores, tirar los muebles por los aires…) hasta tal punto que tuvo que venir la policía en diversas ocasiones para poder expulsarlo. En un determinado momento se me dijo si podía colaborar de alguna manera y yo me ofrecí a que viniera también a mi clase. Esto me costó que me llamaran tonto en mi familia, pues en realidad yo ya tengo mi grupo, que es más numeroso que el otro y con alumnos también difíciles. Lo hice por ayudar e implicarme profesionalmente más allá de «lo que me toca». Desde que entró en mi clase el primer día me dirigí a él en un tono suave, hablándole con respeto y haciéndole comprender la manera de trabajar… En definitiva, traté de amarlo a él también y lo miré a los ojos con cariño, sabiendo que en él también está Jesús. Realmente fue muy bien y conseguí que estuviera en clase con normalidad e incluso que trabajara. Los compañeros y el equipo directivo comenzaron a preguntarme cómo iba la cosa y empecé a percibir que reconocían mi trabajo e incluso había una especie de admiración. Un día en una conversación en la sala de profesores, una compañera me dijo que había visto un programa de televisión en que llevaban a un campamento a jóvenes muy difíciles y habían comentado que estos chicos necesitaban cariño. Eso me dio pie a decir que todas las personas somos iguales y necesitamos cariño y que probablemente estos alumnos es lo que más necesitan, ya que habrán vivido situaciones terribles que les han hecho llegar a esos comportamientos. Realmente observé que lo que dije caló en los que allí estaban y les hizo pensar en el porqué de mi actuación. En otra ocasión expulsaron de clase a otro alumno muy difícil y me fui con él al «aula de expulsados» hasta que conseguí que estuviera tranquilo y estuviera allí con normalidad. También, al volver de las vacaciones de Navidad, cuando estaba saludando a los compañeros y deseándoles un feliz año nuevo, me di cuenta de que en esta aula estaba expulsado un alumno mío, considerado un maleducado. Entonces sentí que tenía que deseárselo a él también, que tenía que amarlo, y dejé a mis compañeros para ir a estrecharle la mano. Los comentarios positivos me han llevado a pararme en un determinado momento, porque me daba cuenta de que mi ego empezaba a subirse. Me dije a mí mismo que el único motivo por el que actuaba como lo hacía era por amar a Jesús en cada alumno y no por lo que pensaran de mí los otros profesores. Cada alumno es Jesús y se merece amarlo con toda mi dedicación y cariño. La experiencia continúa, también con momentos difíciles y fracasos, pero mi disposición a amar sigue.



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