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La fuerza de la fe

Inés García

Dios nos ama inmensamente, aunque a veces nos cuesta entender su lógica.
Dios nos ama inmensamente. Creo que esto todos lo sabemos, aunque a veces nos cuesta entender su lógica. Jamás nos deja solos ante las dificultades o las pruebas. Y éstas solo vienen para hacernos creer más todavía en su Amor providencial. Os cuento mi experiencia. En el año 2004 me diagnosticaron una enfermedad de carácter grave. Desde un principio me propuse vivir el momento presente con todas las fuerzas de las que era capaz, confiando en que todo acabaría bien, y sin desaprovechar las ocasiones de hacer algo por los demás: sonreír a los médicos, a las enfermeras y a los demás pacientes en el hospital. Me curé y seguí adelante con los planes que me había propuesto: viajar, salir con los amigos, trabajar... y también enamorarme. Mario, mi marido, entonces mi novio, es de Granada, y como éramos de ciudades diferentes, decidimos que yo me iría allí a vivir con una amiga, dejando a mis padres en Madrid. Pero se ve que Jesús seguía detrás de mí. En diciembre de 2009 se volvió a manifestar la enfermedad. Y la verdad es que se me vino el mundo encima. Después de todo lo que había dejado atrás... y ahora tenía que volver a empezar. Por otro lado, esa actitud no me ayudaba nada. A los pocos días, el montón de pruebas que me hicieron y el hecho de que Mario viniese y se quedase en Madrid a pasar las Navidades me confirmaba una cosa: todo iba a salir bien. Sólo tenía que confiar en Dios y seguir luchando por mis sueños, porque cuando se acaban las ilusiones en la vida de una persona, esa persona deja de vivir. Todo lo que comencé a encontrarme, como el hecho de estar en casa con mis padres, o el retomar las viejas relaciones, tuvo en mí ese efecto de saber que era justo, que Dios había pensado exactamente esto para mí, y precisamente para ese momento de mi vida. Con Mario fue preciosa toda la experiencia. Notaba que él crecía mucho espiritualmente, que a los dos nos ayudaba a para prepararnos para el matrimonio de una forma estupenda por lo que supone afrontar la enfermedad, cuando las cosas no van bien, o el hecho de tener que perder los planes. Respecto a los planes, para mí ha significado tener que elegir a Jesús en todo momento. Tenía siempre la certeza de que me curaría, pues ya se me había pedido una vez que perdiera mis planes y por ello mismo partía con ventaja. Lo único que debía seguir haciendo era fiarme y seguir amando a todos, seguir sonriendo, seguir “jugando”. En el hospital me rodeaban muchas veces pacientes que llevaban años de desesperanza, de lucha contra el cáncer, y que habían perdido toda fe posible. En enero, cuando fui a recibir mi tratamiento, me encontré una cara nueva para mí. Era una señora que me miraba con mucha atención. Yo sólo le sonreí y ella me saludó diciendo: «¡Cuánto tiempo sin verte, Inés!». Yo me quedé parada, pensando: ¿me conoce? Y ella a su vez sonrió y me dijo: «¿Sabes? Llevo aquí cinco años y medio, y he visto a mucha gente pasar por el hospital. A ti se te reconoce enseguida por tu sonrisa». Y la verdad es que me sentí orgullosa de seguir sonriendo, porque Jesús en esa señora se acordaba de mí. Estuve ingresada el mes de mayo. En julio pude volver a Granada. Nos casamos y he vuelto a recuperar la normalidad de la vida. Y es que Dios no se deja ganar en generosidad si tú estás dispuesta a darle todo.



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