El célebre naturalista sueco Linneo (1707-1787) apreciaba mucho las fresas pues aseguraba que lo habían curado de cierto reumatismo. Y puede que tuviera razón, pues este fruto contiene sustancias salicílicas, que son las que usa la medicina para tratar el reumatismo. Hay nutricionistas (Valnet) que incluso consideran que la fresa es una especie de aspirina natural.
Los romanos la llamaban “fragaria” debido a su fragancia, y en su época era un fruto que sólo se encontraba en los bosques en forma silvestre. En términos botánicos se define como perteneciente a la familia de las rosáceas y crece bien en los climas templados. Fue después del descubrimiento de América cuando se importó el tipo de fresa que hoy encontramos en el mercado, mucho más grande que la europea. Hay variedades que dan fruto de estación y otras que lo dan desde la primavera hasta el otoño.
Varios estudios le atribuyen a la fresa importantes cualidades, como disminuir el ácido úrico y actuar contra las bacterias y los virus. Investigaciones realizadas en Canadá han demostrado que el jugo de fresa “in vitro” posee una potente actividad antimicrobiana y antiviral. Otras investigaciones han señalado cierta capacidad anticancerígena en el aparato digestivo. Según Carper, los consumidores de fresas en grandes cantidades están mejor defendidos contra el cáncer. También es cierto que la mayoría de los oncólogos están de acuerdo en la importancia de consumir ciertas frutas y verduras para prevenir distintos tipos de cáncer. Por último, en la literatura herborística, la fresa aparece señalada por sus propiedades nutritivas, diuréticas, antigotosas y depurativas.
Este mal llamado fruto (en realidad es un enrasamiento de la base de la flor, y no un ovario fecundado, como cualquier fruto) es rico en vitamina C, incluso más que la naranja, vitaminas A y B, azúcares, calcio, hierro, magnesio, pectinas y flavonoides. Pero ojo, hay a quien le provoca ciertas reacciones alérgicas, como la urticaria.