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Colección Casa de Alba

Clara Arahuetes

Por primera vez tenemos la oportunidad de contemplar una selección de obras de la Casa de Alba, un apasionante recorrido desde el Renacimiento al siglo XX por una de las colecciones privadas más importantes y antiguas de España.
Fue reunida por una familia cuya historia está unida a los acontecimientos más relevantes de nuestro país. La mayoría de las colecciones de la nobleza se han dispersado con el paso del tiempo, por ello resulta excepcional encontrar hoy en la Casa de Alba un conjunto de obras de nombres tan importantes como Tiziano, Rubens, Goya, Renoir… La colección se inicia en el siglo XVI con don Fernando Álvarez de Toledo, tercer duque de Alba. De él recordamos sobre todo sus hazañas militares y políticas durante los reinados de Carlos V y Felipe II, pero además era gran aficionado al arte italiano e hizo magníficas adquisiciones. En los siglos sucesivos, los enlaces matrimoniales con otros miembros de la nobleza fueron incrementando el patrimonio. De hecho la historia de la colección está directamente relacionada con la del linaje. Por un lado la línea vinculada a la familia Alba, y por otro la procedente de la estirpe inglesa de los Berwick. En el siglo XVIII la llegada de los Borbones con Felipe V trajo el gusto por lo francés, y el patrimonio de la familia Alba se enriqueció con nuevas obras que reflejan estos cambios. La incorporación de obras neoclásicas, los encargos a Antonio Rafael Mengs o la relación entre Goya y la duquesa de Alba (1762-1802) evidencian esta apuesta por las novedades artísticas. La duquesa Cayetana murió sin descendencia y el título pasó a su sobrino don Carlos, del linaje Berwick. Su actividad de mecenas y coleccionista incrementó las pinturas italianas y holandesas y las esculturas y antigüedades que se conservan en el Palacio de Liria. Con el padre de la actual duquesa el patrimonio familiar se ve de nuevo enriquecido, fundamentalmente por la idea de ir completando la colección y ampliar la representación de retratos de sus antepasados. Gracias a la actual duquesa, el legado ha aumentado con autores del siglo XIX, como los franceses Corot, Fantin Latour o Renoir, o los españoles Julio Romero y Esquivel, y artistas más recientes como Marc Chagall, Picasso y Miró. La exposición se inicia con Tiziano, con la obra «El gran duque de Alba» de 1570. Fernando Álvarez de Toledo fue educado como el prototipo del caballero renacentista: ilustrado, políglota y hombre de armas. Fue amigo de Tiziano, al que conoció en Milán. El retrato lo representa en la edad madura, siguiendo el modelo creado por el pintor para las representaciones reales. Sobre un fondo oscuro emerge altiva su figura, vestido con armadura que cruza una banda roja carmesí, sostiene el bastón de mando con la mano derecha y se apoya en un bufete con un paño rojo, elementos que aluden a su alto rango. El rostro de gran realismo refleja cansancio y decepción por el trato que le había dado el monarca. Al cuello lleva el Toisón de Oro que le impuso Felipe II en 1545. Tiziano concibe la figura desde un punto de vista muy bajo, para enaltecerlo. Destaca la austeridad cromática y la calidad de las distintas texturas. El tercer duque de Alba a su vez fue representado por Rubens, quien reflejó la dignidad y orgullo del general más temido del ejército español. En «Carlos V y la Emperatriz Isabel» (1628) el pintor muestra un doble retrato realizado cuando la emperatriz ya había muerto: un reloj en el centro alude al tiempo que pasa y a la muerte. Y en el «Retrato de Felipe IV» Rubens transmite la débil voluntad del monarca. Ribera está representado por la «Coronación de Espinas». El pintor se sirve de la iluminación para aumentar el dramatismo de la escena. El manto rojo que envuelve a Cristo es un prodigio de color y define la diagonal que articula la composición del cuadro. El tema del paisaje lo aportan Jan van Goyen con «Paisaje con bosque y valle», y Jacob Ruysdael con «Paisaje». En el «Retrato de D. Juan Antonio de Miranda y Ramírez de Vergara» Murillo combina la sobriedad de la composición con elementos barrocos, como el juego de luces y la recreación de la calidad de la materia. Mengs en su «Autorretrato» muestra la dignidad del pintor que, como un héroe clásico, va a transformar la pintura europea del momento. De Goya se expone «La marquesa de Lazán», un retrato de gran belleza que refleja el carácter de la modelo, y «La duquesa de Alba de blanco», donde con una técnica segura y delicada describe con perfección cada detalle, como los lunares de la tela de gasa o las joyas. En «Felipe V imponiendo el Toisón de Oro al duque de Berwick» (1818) Ingres describe una escena teatral para subrayar de ese modo el esplendor de la ceremonia. De Camille Corot, considerado como precursor del impresionismo y el mejor paisajista del siglo XIX, se expone «Pequeña vaquera junto al agua». Esquivel, en «La bailaora Josefa Vargas», refleja el costumbrismo romántico de la escuela Sevillana. Y Federico de Madrazo realiza el «Retrato de Eugenia de Montijo» y el «Retrato de María del Rosario Falcó y Osorio», donde el estudio de los efectos de la luz y la calidad de los tejidos muestran las excepcionales cualidades técnicas del pintor. También está Renoir con «Mujer con sombrero de cerezas», y el sombrero está tratado como un bodegón. De Sorolla está el «Retrato de Jacobo Fitz-James Stuart»; de Julio Romero de Torres, «Meditación»; de Ignacio Zuloaga, el «Retrato ecuestre» de la actual duquesa de Alba, en el que la luz y los efectos atmosféricos consiguen una imagen espontánea y natural. Y de Marc Chagall, el «Florero delante de la ventana» muestra una imagen en la que predominan los tonos azules en un espacio irreal donde coexisten varias representaciones. Por último, del escultor Benlliure se exponen tres obras. clara.arahuetes@telefonica.net



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