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articulo

EDUCACIÓN

Jesús García

A vueltas con la autoridad
A propósito del último artículo, en una reunión informal de un grupo de padres y madres, pudimos mantener una “cálida” conversación en torno al tema de la autoridad. Sus dificultades y sus posibilidades, sus límites y sus controversias. Tuvimos oportunidad de expresar lo mucho que nos cuesta y lo fácil que resulta desanimarse al respecto. Llegamos a una doble conclusión: nuestra autoridad nace del amor que tenemos por nuestros hijos y, paralelamente, está determinada por el concepto de persona que queremos educar. Vayamos por partes. 1.- Nuestro interés por ejercer la autoridad ante nuestros hijos va dirigido a que sean personas buenas y sean buenas personas. Dado que el origen vital de nuestro derecho y obligación a ejercerla es el amor que tenemos por ellos, estaremos siempre alerta para promover (y exigir) todo aquello que les ayuda a ser mejores personas: el esfuerzo, la voluntad y en general las virtudes. No es tarea fácil (y exige mucho empeño) estar siempre alerta a exigir que acabe una tarea, que se responsabilice de una acción, que cuide su material, que sea puntual, etc. Ahora bien, de la misma manera, estaremos muy atentos a que tenga en cuenta a las otras personas. Empezando por el respeto a cualquier persona (no sólo a nosotros, sus padres, sino a cualquier persona) y pasando por la atención a las necesidades de los demás, a que sepa ayudar y compartir, etc. Nuestra autoridad también va dirigida a estos aspectos; a hacerlos valer y a potenciarlos. 2.- Nuestra “metodología” será siempre la firmeza y la energía. No podemos, por ejemplo, pasar por alto un exabrupto irrespetuoso del tipo “¡Tú a mí me dejas¡, ¡Feo!, ¡Tonto!” Estaremos educando hijos tiranos y esto no es amor por ellos. De la misma manera, estaremos atentos a dirigirnos a ellos de forma igualmente respetuosa, clara, concreta y sin expresiones ofensivas. Y, por otra parte, haremos el esfuerzo de valorarles siempre lo bueno que hacen. Sin duda, estaremos ganando en autoridad. 3.- Estaremos muy atentos a que nuestros hijos lleven una vida ordenada y, en consecuencia, les exigiremos todo lo que va acorde con ello: sentido del orden, organización personal y familiar, sentido adecuado de la austeridad, etc. Pero, simultáneamente, percibirán en nosotros que estamos dispuestos a “perder” alguna comodidad o momento de tranquilidad por ellos. Por ejemplo, si se sientan a ver la tele en un momento inadecuado, les exigiremos con toda la firmeza posible que se vayan a estudiar, pero de la misma manera estaremos dispuestos a perder nuestra tranquilidad en la salita para que ellos, cuando sea el momento, se pongan a ver su programa favorito antes de cenar y una vez acabada la tarea. 4.- Son muchos los padres y madres que manifiestan no tener tiempo para estar con los hijos. Nuestra autoridad va unida a la atención y al tiempo que les dedicamos (aunque no sólo). La autoridad se ve favorecida cuando empleamos tiempo en escucharlos, comprenderlos, manifestar interés por sus cosas, exigirles y darles criterios claros en temas importantes. Son, sin duda, manifestaciones del amor que les tenemos y, si faltan, la relación con los hijos se enrarece. Y en consecuencia, muchos padres y madres, ante el comportamiento inadecuado de sus hijos, puede que adopten dos posturas negativas. Por una parte, hacer valer su autoridad a toda costa, con lo que se crea un mal ambiente entre el hijo y el padre o la madre, que provoca que el primero no sólo no se sienta querido sino que va incorporando como modelo de relación interpersonal (y de persona) uno basado en la ley del más fuerte sin que medie el diálogo o la comunicación (además de sentar las bases para despreciar todo tipo de autoridad). Pero hay otra: la postura permisiva. Sea por tiempo o por otras circunstancias (miedos, comodidad, etc.) hay padres y madres que acaban siendo excesivamente blandos y pierden la capacidad de corregir con la debida exigencia. Los resultados los conocemos y hemos hablado de ello en otras ocasiones. Lo importante es que los hijos perciben que no se les quiere, se sienten abandonados y están recibiendo un modelo difuso de persona en el que vale todo y que no tiene en cuenta (al igual que en el caso anterior) a los demás. Finalmente y, como todo en educación, en la autoridad el testimonio es el mejor método. Si ven que nos escuchamos, que somos solidarios, que compartimos, que sabemos comunicarnos (hablar y escuchar), si tenemos en cuenta las necesidades de los otros, estaremos ganando en recursos para poseer una autoridad correcta y una justa autoridad. lungar@telefonica.net



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