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Constructor de una Obra

Catalina Ruiz

Carlos Clariá, desde Argentina al mundo entero. Una vida por la unidad.
Argentina es un país de inmigrantes, poblado por gentes de naciones, culturas, idiomas y tradiciones religiosas distintas. «De pequeño –son palabras de Carlos Clariá, argentino de Córdoba– mis mejores amigos eran judíos. Más tarde, en la universidad, varios compañeros míos con mayor sensibilidad social eligieron por coherencia un camino que no excluía la violencia. Algunos murieron; a otros, entre ellos varios parientes míos muy cercanos, se les dio por “desaparecidos”». Carlos sufre profundamente por la división que se produce entre amigos, compañeros de trabajo, de facultad e incluso entre familiares: «Aunque teníamos un sentir común ante las injusticias y corría la misma sangre por nuestras venas, las ideologías opuestas nos convertían en extraños, cuando no adversarios. ¿Llegaría el día en que podríamos volver a acercarnos?» A principios de los sesenta, cuando Carlos tiene 23 años, se topa con unos “emigrantes” especiales, que habían llegado de Italia para llevar un espíritu de comunión. Son los primeros focolarinos y focolarinas que cruzaron el charco para asentarse en esas tierras. «Cuando los conocí –continúa su relato Carlos–, intuí que se abría un camino para construir algo nuevo con todos, sin excluir a nadie. Durante los años que siguieron se me confirmó esta intuición: se había abierto un camino no exento de dificultades». Carlos se siente atraído por el modo de vida de esta gente y lo que más le sorprende es ver que alrededor de ellos se va formando un colectivo de personas de lo más variado que consiguen establecer relaciones nuevas, fraternas. Un hecho éste insólito para él que, como todos los jóvenes argentinos de su generación, sufre en primera persona las heridas y las contradicciones de una sociedad profundamente injusta, que permite el bienestar de unos pocos a costa del subdesarrollo de muchos. La realidad, la experiencia a la que Carlos se refiere es el diálogo que el Movimiento de los Focolares ha entablado con personas que tienen otras ideas en materia de religión. Tiempo atrás se definía, tal vez simplificándolo demasiado, diálogo entre creyentes y no creyentes; una definición al fin y al cabo simplista para una sociedad cada vez más multicultural y multirreligiosa. Se trata de un diálogo difícil, sin duda, pero urgente donde los haya. «Si por una parte –siguen siendo palabras de Carlos– la caída de las ideologías puede hacer temer que sólo quede espacio para el nihilismo, o al menos para un relativismo total, por otro, este vacío pone de relieve la necesidad de que se recupere la centralidad del hombre, de su dignidad, y que éstas vuelvan a ser la referencia esencial para cualquier forma de vida social».

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