En verano no puede faltar una buena raja de sandía. Este fruto, cuyo nombre debemos a los árabes, también se llama melón de agua, o badea cuando es de mala calidad, y nos trae a la mente toda la alegría y la luz propias de esta estación. Su pulpa, de un color rojo intenso, es dulce y crujiente.
Aunque algunos investigadores no están del todo de acuerdo, lo más admitido es que la sandía procede del África tropical, donde aún se pueden encontrar plantas silvestres de esta especie. Los antiguos egipcios, que ya la cultivaban en las riberas del Nilo, supieron apreciarla. Aparece citada en la Biblia, donde podemos leer que una de las cosas que más echaban de menos los judíos cuando atravesaban el desierto del Sinaí guiados por Moisés, era precisamente este fruto. También en una profecía de Isaías aparece un campo de sandías.
Actualmente, en todo el mundo se dedica más de un millón de hectáreas al cultivo de esta planta y España, donde la sandía se cultiva en casi todas la regiones, es hoy uno de los principales exportadores. Hay documentos del año 961 que hablan de su cultivo en la Córdoba árabe.
Redondas o alargadas, las sandías pueden ser de color completamente verde o con rayas de verde claro. Hace unos años dio la vuelta al mundo la noticia de un agricultor japonés que había producido sandías cuadradas para facilitar el transporte. Y más recientemente se han podido seleccionar híbridos de este fruto sin sus características semillas.