La bicicleta
Enzo CicconardiUn incidente fastidioso también puede estimular la solidaridad y la generosidad.
Una tarde al salir de misa, una señora joven del coro de la parroquia no encuentra su bicicleta cuando se disponía a volver a casa. Pensando que se trataba de una broma de sus amigos, empieza a preguntarles a unos y a otros, pero pronto se da cuenta de que no se trata de una broma: alguien se la ha llevado.
Tratamos de consolarla, pero cuando salgo me encuentro con que mi bici también ha desaparecido. Decidimos dar una vuelta por las callejuelas alrededor de la iglesia por si el “responsable” estuviera todavía en las inmediaciones. Ni rastro. Para no pensar mal de nadie, sugiero una hipótesis: «Tal vez alguien las necesitaba…».
Hablando del tema en casa, me aconsejan que denuncie el hurto a la policía. Pero también sale otra idea: poner un cartel en la parroquia para estimular la generosidad de la gente; es decir, responder con una comunión de bienes a la sustracción forzada de otros bienes. Después de pedirle su opinión al párroco, pego este mensaje en la puerta de la iglesia: «El domingo por la tarde, un hermano nuestro ha satisfecho su deseo de ser propietario de una bicicleta llevándose la mía, que estaba aparcada a la entrada de la sacristía. Podemos interpretar este hecho, que no se justifica, como una oportunidad que se nos ofrece para poner a circular nuestros bienes. Me pregunto: ¿habrá en algún sótano una bici “muerta de risa” que se pueda poner en común? ¿Querríais volver a ponerla en circulación? Llevádsela a don Vicente».
La primera reacción positiva sale de un joven: «¡Buena idea! Es lo que necesitamos para que aumente la solidaridad entre nosotros».
