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Exposición: Orientando la mirada

Clara Arahuetes

Desde la antigüedad los europeos hemos sentido atracción por Oriente, por eso los exploradores como Marco Polo emprendieron sus viajes.
Tras la caída de Constantinopla en 1453, se buscaron rutas alternativas por el Oeste, y una consecuencia fueron los descubrimientos geográficos de los siglos XV y XVI. Se estableció así una red de comunicaciones marítimas entre los cinco continentes que permitió el intercambió de mercancías, de información y de cultura. España y Portugal fueron los primeros en comerciar con Extremo Oriente, China y Japón, a través de la Ruta de la Seda, la Ruta de las Especias o el Galeón de Manila. De este modo llegaron a los monarcas europeos todo tipo de objetos exóticos, que se regalaban o intercambiaban entre sí, formando así lujosas colecciones. Además de nuevos cultivos, plantas medicinales y especias, llegaron biombos y lacados japoneses, abanicos, porcelanas, muebles, papeles pintados, tejidos de seda… Y también valiosa información sobre el continente asiático a través de libros y dibujos. Orientando la mirada. Arte Asiático en las colecciones públicas madrileñas es una exposición que quiere dar a conocer el patrimonio artístico de Asia oriental conservado en museos y colecciones de Madrid. El Grupo de Investigación Complutense Arte de Asia, del que también forman parte las historiadoras del arte Pilar Cabañas y María Jesús Ferro, han hecho posible esta muestra. Las obras, que han sido seleccionadas para dar una amplia visión artística, histórica y antropológica, se exhibirán hasta el 24 de mayo en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid. Fueron los reyes de la casa de Austria los que difundieron por Europa el gusto por el exotismo oriental. Felipe II reunió más de 3.000 piezas: porcelana Ming, estatuas de marfil de China, cajas de laca japonesas, armas, textiles, instrumentos musicales... Muchos de estos objetos ya no existen, pero algunos se han conservado gracias a su uso religioso, como las arquetas de los siglos XV y XVI, destinadas a guardar reliquias de santos en los monasterios de la Encarnación, las Descalzas Reales o El Escorial. También fue determinante la aportación de los misioneros jesuitas, agustinos y dominicos que evangelizaron Asía, así como la de los comerciantes europeos. La literatura y la cartografía contribuyeron además a despertar el interés por Oriente, y la nobleza se sumó al coleccionismo, como un símbolo más de poder y riqueza. En la exposición vemos exquisitas porcelana chinas en blanco y azul, como un recipiente del siglo XVI. Su decoración vegetal, con el tronco retorcido de tres árboles, pino, bambú y ciruelo, simboliza la longevidad, así como las tres religiones de China: confucianismo, taoísmo y budismo. La intensificación del comercio con Europa hizo que las piezas asiáticas se transformaran por el gusto occidental. De los diplomáticos y los viajeros que iban a Oriente proceden las colecciones privadas que después pasaron a los museos. Armas, pinturas al óleo sobre papel, abanicos, miniaturas costumbristas, retratos, manuscritos, libros, porcelanas, piezas talladas en marfil, madreperla o cuerno de rinoceronte, cerámicas y todo tipo de objetos. En las porcelanas, desde el siglo XVI, aparecen dibujos y grabados encargados por los misioneros y comerciantes. Los temas heráldicos, las vistas de ciudades, los temas mitológicos, religiosos, costumbristas, etc. tienen una gran difusión. Se crean objetos para exportar a Europa, como el Arte Nambam, que unificó las formas europeas y la técnica japonesa de la laca. Sobre un fondo de laca negra, se aplicaba la decoración con flores, pájaros, motivos geométricos y vegetales llenos de simbolismo. Así lo apreciamos en el costurero de madera lacada o en la caja del mantón de Manila, ambos del siglo XIX. El mantón de Manila tiene su origen en una de las artesanías tradicionales más antiguas de China: las colchas y colgaduras de seda bordada que se utilizaban como decoración. Estas piezas fueron reinterpretadas en España, la decoración se convirtió en rosetones, pájaros, rosas y claveles y se le añadieron los flecos. También llegaron los abanicos. Considerados como objetos de gran valor por su rareza, se convirtieron en un complemento de moda para la mujer.

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