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Fui bautizada a escondidas

Jacqueline Álvarez


Nací en Cuba, estoy casada y soy arquitecta. He vivido allí hasta que hace unos meses me vine a España junto con mi esposo y mi niña. 
Para hablar de mi encuentro con Dios me tengo que remontar a mis padres. Las dos familias, la de mi mamá y la de mi papá, son muy católicas, pero en cierto momento, cuando triunfó la revolución, tuvieron que tomar distancia de la Iglesia. Seguían creyendo en Dios pero no podían asistir a la iglesia porque corrían riesgos reales. Ellos siguieron teniendo una fe particular en Dios pero sin asistir a la iglesia.
Mis padres se casaron por lo civil y luego el matrimonio católico lo hicieron a escondidas. Fueron un día a la iglesia solos, sin familias, y tocaron con una contraseña por la puerta trasera. Allí los esperaba el sacerdote con los padrinos y los casó. Cuando nací yo, mi bautizo fue en el pueblito donde vivía una de mis abuelas. También fui bautizada a escondidas fuera de la ciudad donde vivíamos. Siempre crecí aprendiendo de Dios con mis abuelas y con mi mamá. Es lo que un obispo cubano llama «la catequesis doméstica de las abuelas». No estaba permitido asistir a la iglesia abiertamente ni confesar la fe en el trabajo o en la escuela. Manifestar tu fe comportaba problemas reales. Así es que viví mi fe durante muchos años en casa, sin tener una vida católica pública. 
Cuando la caída del Muro de Berlín, cayó el mundo socialista y Cuba empezó a pasar grandes necesidades económicas. Esto hizo que el gobierno, para calmar un poco a la población y que no se rebelara contra el sistema, permitiera tímidamente el acceso de las personas a los templos. Se empezó hacer la vista gorda en este sentido.
Mi formación catequética empezó a los veinte años, cuando estaba en la universidad. Ya estaba acabando mis estudios de arquitectura cuando me preparé para recibir la primera comunión. En este contexto de cierta tolerancia, en 1998 el papa Juan Pablo II visitó por primera vez Cuba. Fue el primer papa que visitó la isla. Esto significó un momento de apertura por parte del gobierno porque oficialmente Fidel le dio la bienvenida y lo abrazó. Así es que cuando en mi trabajo alguien me preguntaba que si yo era católica, que si iba a la iglesia, que por qué creía en esas boberías, yo les decía: «Fidel abrazó al papa y dijo públicamente que él estudió en un colegio católico. Entonces, ¿a ti te parece mal lo que ha hecho Fidel?». Esta era mi excusa y mi defensa.
Mi relación con Dios había empezado desde que era niña en mi corazón. Era una relación personal con Jesús dentro de mi alma, no de puertas afuera. Posteriormente, siendo joven, empecé a visitar la iglesia por primera vez y comencé a formar parte de una comunidad católica. Perdí el miedo de hablar de Dios en público, empecé a vivir mi fe de una manera comunitaria. Mi experiencia de fe era dentro de una comunidad religiosa teresiana y con los sacerdotes diocesanos. La Iglesia había sido muy perseguida, por lo tanto siempre estaba a la defensiva en todo, protegiéndome de los ataques de cualquiera que quisiera arrebatarme la fe.
Mas tarde llegaron las focolarinas a Cuba y fueron a mi ciudad. Conocieron al sacerdote de mi comunidad y empezamos a profundizar en conocer el Movimiento de los Focolares. Nunca había conocido una comunidad de laicos, no sabía que existieran este tipo de cosas en la Iglesia. En un cierto momento participamos en una Mariápolis, estábamos sedientos de conocer más. Allí descubrimos una manera novedosa de vivir la fe, cosa que nos cautivó. Entendí que podía vivir el Evangelio no solo en el momento en el que estaba en misa, sino que podía vivirlo de manera práctica en mi trabajo, con mis compañeros, en mi casa, con la familia… Toda acción de mi vida podía ser luz. Ya tenía una relación con Dios, pero ahora podía tener una relación con Jesús en la vida cotidiana. ¡Era una manera más linda y completa para vivir mi fe concretamente en mi vida diaria!
Ahora he  llegado a España y, mirando atrás, lo que ha sido mi vida y mi relación con Jesús desde pequeña, veo cómo Dios me ha llevado por este camino de oro; cómo todas las circunstancias de mi vida, que parecían ser independientes, sin relación unas con otras o sin sentido, sin embargo han tenido un porqué. Todas están íntimamente relacionadas con el fin de acercarme más a Dios y tener una relación con él más profunda.




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