logoIntroduzca su email y recibirá un mensaje de recuperación de su contraseña






                    




articulo

Una transformación silenciosa

Isa Gómez y Alejandro Grindlay*

Experiencias de todas las partes del mundo para mostrar la diversidad y riqueza de situaciones y culturas en las que viven las familias.


pdf
El precioso libro titulado Una transformación silenciosa abre un horizonte luminoso y esperanzador para la vida de las familias, confirmando las palabras del papa Francisco en la exhortación apostólica postsinodal Amoris Laetitia. Hecho por familias para las familias, reúne una serie de experiencias ejemplares, muchas realmente impresionantes, una excelente síntesis de la exhortación apostólica. Su título hace referencia a todo el bien que Dios va haciendo en nuestras vidas, casi sin darnos cuenta, y que podemos contemplar cuando echamos la vista atrás y descubrimos cuántas alegrías –y dolores– se han ido sucediendo en las distintas etapas de la vida familiar.
Una seña de identidad/práctica del Movimiento de los Focolares, desde sus inicios, ha sido la de compartir experiencias en un ambiente de amor recíproco. Eso es lo que este libro nos regala con experiencias que van ejemplificando los contenidos y cuestiones de la exhortación postsinodal, muy bien escogidos en la introducción de cada capítulo, y que siguen fielmente el texto apostólico sobre «la alegría del amor que se vive en las familias»: la esencia familiar (pareja, hijos, relaciones, etc.); sus realidades y desafíos; su vocación al amor con la mirada puesta en Jesús; un amor que se vuelve fecundo; las perspectivas pastorales; el acompañar, discernir e integrar la fragilidad; y la espiritualidad conyugal y familiar.
Experiencias de todas las partes del mundo muestran la diversidad y riqueza de situaciones y culturas en las que viven las familias, en todos los casos enraizadas en el carisma de la unidad. Vinculadas específicamente a los contenidos de la Amoris Laetitia, son vivencias de ese hermoso arte de amar vivido en familia, a veces incluso de forma heroica. Cada familia se podrá ver reflejada en sus circunstancias particulares.
¡Cuánto bien nos hace compartir las experiencias! Para nosotros el dar voz en nuestro idioma a todas esas familias nos ha hecho más bien que la ayuda que nos pidieron. Y aunque ya habíamos leído la exhortación, ahora la hemos podido redescubrir con el ejemplo de tantas familias, lo cual ha sido providencial para nosotros. Nos ha ayudado a poder tener un diálogo abierto y desinteresado con nuestras hijas adolescentes. A través de ese diálogo paciente renovado hemos ido compartiendo, en circunstancias particulares, los distintos puntos de vista. No era el criterio de uno ni de otro, sino el nuestro y, en definitiva, la felicidad de ellas.
Es un libro muy recomendable para leerlo y comentarlo en pareja. Para nosotros también ha sido un tesoro tener que trabajarlo juntos, ya que siempre estamos tan atareados, cada uno en sus cosas, que apenas nos dedicamos tiempo de calidad... Y ahora que podemos disfrutar de más tiempo en vacaciones nos puede servir para iluminar y renovar nuestro compromiso matrimonial y familiar, y casi proponérnoslo juntos, como uno de esos buenos propósitos que todos nos hacemos y que esperamos que al final del verano no se haya quedado solo en eso...
Estamos convencidos que la luz de las palabras del Papa, junto con las experiencias recogidas en el libro (a continución ponemos una), seguirá haciendo tanto bien a muchas otras familias, como a nosotros nos lo ha hecho. 
Nada nos puede impedir amar
Tengo casi 85 años y nunca me había visto obligado a quedarme en casa durante tanto tiempo y de forma tan indefinida como durante la pandemia de Covid-19. Sin embargo, este momento ha resultado ser una oportunidad para muchas reflexiones.
Al comienzo de la Cuaresma me llamó la atención una invitación del sacerdote, en su homilía dominical, a reconocer todos los dones de Dios. Así, un día sereno era un regalo de Dios, lo mismo que la (escasa) lluvia, o una paloma que se posaba en la barandilla del balcón y me permitía observar la belleza y la perfección de su aterciopelado vestido de plumas: «Los cielos narran su gloria». Incluso la pandemia podía ser un regalo, porque resonaba en mi oído: «Todo contribuye al bien para los que aman a Dios».
Con este antivirus que me facilita vivir el presente, los días pasan rápidamente y estoy sereno. Vivir las 24 horas del día con mi mujer es cada vez más hermoso y nuestra comunión se hace más profunda. Se dice que los defectos de las personas se acentúan con la edad, pero a mí me parece que los de mi mujer (cada uno tiene los suyos) tienden a desaparecer –o más bien, si lo pienso, han desaparecido–. En definitiva, sentimos que no nos falta nada y seguimos dando gracias a Dios por todo lo que nos ha dado y nos sigue dando. 
En este clima de serenidad sentimos el impulso de llamar por teléfono a personas que hace tiempo no veíamos o que pensábamos que podían tener problemas por la edad o la soledad. También llamé a una antigua compañera de oficina que vive sola. Fue una conversación hermosa y profunda que ella concluyó diciendo: «Esta llamada ha sido una caricia de Dios para mí». De este modo hemos experimentado que nada puede impedirnos amar.
Para los que ya hemos superado los ochenta, lo de respetar las normas restrictivas era imperativo, por lo que nuestra vida transcurría en casa, los dos juntos las 24 horas del día. En cuanto a la relación entre nosotros, hemos redescubierto la belleza de tener momentos de comunión espiritual. Yo, que siempre había sido poco hablador y un poco reacio a comunicar, me he abierto más fácilmente, y mi mujer, que suele hablar demasiado, se puso a escucharme con interés. Ha sido un enriquecimiento mutuo. Hemos tenido más tiempo para seguir con calma y profundidad las ceremonias religiosas en la televisión, y para meditar. Intentamos hacerlo todo, incluso las cosas más triviales o repetitivas, permaneciendo en relación con Dios. Ha habido y sigue habiendo momentos de tristeza, desánimo y sufrimiento por las noticias, las muertes, los contagios y las dificultades de tanta gente.
Un día, mientras ordenaba armarios y cajones, mi mujer encontró unas fotos de años pasados. Había una foto de una reunión festiva en la que estaba un matrimonio al que hacía tiempo que no veíamos. Él ya había muerto y yo había oído que ella estaba muy enferma. Pensamos que le gustaría mucho tener esa foto (era un modo de volver a contactar), pero no sabíamos cómo hacer por las restricciones. No teníamos su teléfono ni sabíamos dónde vivía. Mi mujer le pidió a Jesús que nos permitiera encontrar la manera de llegar a ella. Al cabo de unos días, cuando salió a hacer unos recados, se encontró con ella y, aunque a distancia, pudo decirle que tenía una foto para ella.




  SÍGANOS EN LAS REDES SOCIALES
Política protección de datos
Aviso legal
Mapa de la Web
Política de cookies
@2016 Editorial Ciudad Nueva. Todos los derechos reservados
CONTACTO

DÓNDE ESTAMOS

facebook twitter instagram youtube
OTRAS REVISTAS
Ciutat Nuova