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articulo

“Los poetas inflaman las hogueras”

Santiago Mampel (Uruguay)

La autora uruguaya Cristina Peri Rossi recibió el Premio Cervantes. El jurado habla de una firme y completa vocación literaria y reconoce en ella la lucha por los valores humanos tantas veces vulnerados.


El Premio Cervantes de Literatura 2021, si bien se entregó en abril pasado, esta vez correspondió a una mujer, la sexta en la lista de galardonados desde que comenzó a entregarse el premio en 1976. Cristina Peri Rossi, de 80 años, no concurrió a la ceremonia por problemas de salud, aunque su ausencia también invita a sospechar una estrategia de insumisa. Su literatura está cargada de corrimientos, de viajes, de exilios, desapariciones y esquivos al mercado, y reconoce que la principal virtud del escritor es la humildad, ya que «a medida que más sabemos, menos sabemos». Su discurso fue leído por la actriz argentina Cecilia Roth, a quien no conocía personalmente, como si hubiera preparado una escena teatral para expresar sus palabras. Ahí cuenta su historia.
«Nací en Montevideo, Uruguay, en el año 1941; es decir, cuando desgraciadamente Europa estaba en plena Guerra Mundial. A la izquierda de mi casa vivía un viejo zapatero remendón, judío polaco, milagrosamente escapado de la masacre, y a la derecha, un adusto músico alemán con un parche negro en un ojo. Cuando le pregunté a mi madre (maestra de escuela obligatoria, laica, gratuita y mixta) por qué el judío y el alemán no se saludaban, me respondió: “En Europa se habrían matado” (…). También en el barrio fui conociendo a muchos exiliados españoles, porque además de una guerra cuyos motivos yo no conocía, en España había una terrible dictadura que había matado a miles y miles de personas y hecho huir a otras miles. El mundo parecía un lugar muy peligroso fuera de Montevideo».
En cuanto a su formación literaria, recalcó en su discurso: «Tres libros leídos muy tempranamente me conmocionaron: El diario de Ana Frank, La madre, de Máximo Gorki y Don Quijote de la Mancha; este último, diccionario en mano. Fue el más difícil de leer y el que me provocó sentimientos más contradictorios. No había leído nunca un libro donde el autor declarara que su protagonista estaba loco, pero a la vez, me emocionaba que su propósito fuera ”desfazer” entuertos y establecer la justicia, cosa que me parecía harto razonable dado el estado del mundo y de mi propio barrio, donde muchas vecinas venían a contarle a mi abuela, una viuda que había criado a siete hermanos huérfanos y a tres hijos también huérfanos, que sus maridos borrachos las golpeaban, o se jugaban el escaso dinero a los caballos, o se iban de putas y maltrataban a sus hijos. Cómo deseaba yo que apareciera entonces Don Quijote, con su flaco Rocinante, a salvarlas de los golpes y el maltrato. Por otro lado, mi abuela me hacía recordar al Ama, porque pensaba que leer mucho llevaba a perder el seso y a cometer locuras, aunque yo no creía que los esposos de esas mujeres maltratadas leyeran mucho y esa fuera la causa de su violencia».
También quiso recordar a su tío, que a la vez que le daba acceso a su biblioteca le advertía: “Las mujeres no escriben, y cuando lo hacen, se suicidan, como Safo, Virginia Woolf, Alfonsina Storni y otras”. La respuesta de Rossi fue: “Yo seré escritora igual”». 

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