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¿Estamos llegando al neutro?

Giulio Meazzini

Masculino y femenino, diversidad y sentido de lo que hay en común. Hablamos con Valentina Gaudiano, profesora de Fenomenología y Antropología Filosófica en el Instituto Universitario Sophia de Loppiano.


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–Hoy se habla mucho de igualdad de derechos y muy poco de las diferencias entre femenino y masculino. ¿Es justo?
–Es una cuestión compleja que surge como reacción a un abuso machista durante siglos. En los primeros años del siglo XIX, al lado del feminismo extremo, que reaccionó contra la injerencia masculina, se fue gestado la reflexión de Edith Stein, luego la de Luce Irigaray y luego otras. Esta reflexión sobre la identidad femenina no se centraba tanto en la igualdad, que si bien comporta derechos políticos también desdibuja las identidades, cuanto en la especificidad femenina en cuanto valor para la humanidad. El tema de las diferencias nunca ha estado ausente del todo.
–¿Será que estamos llegando al neutro?
–Las presiones más radicales del feminismo han llegado incluso a negar la maternidad, o sea, el hecho biológico de que solo la mujer puede gestar, de manera que la cuestión del género pasa a ser un problema prevalentemente político y financiero. Hay grupos de presión, a los que en realidad no les interesan los problemas de las  mujeres, que con su cultura de la indiferenciación están consiguiendo que se desdibuje la cultura de los derechos a toda costa, y así se va perdiendo el sentido de lo que hay en común.
–¿Está diciendo que con el neutro perdemos el sentido de lo común?
–A ver: si puedo conseguir y ser lo que quiera, si hay úteros de alquiler, si hay lugares donde venden esperma para que pueda ser madre yo sola…, entonces se va cuajando en la sociedad el derecho a la singularidad, el derecho a lo mío, y así se pierde el sentido de lo común. Si tenemos más de setenta géneros y cada cual sigue la ola de su ego, incluso yendo contra su propia naturaleza, entonces deja de haber ese común denominador que es el ser humano.
Es un terreno complejo y delicado. Hay personas que sufren porque experimentan en carne propia una falta de univocidad masculina o femenina  y viven una escisión entre su fisiología y su psicología. A estas personas hay que escucharlas, respetarlas y procurarles un ámbito de convivencia digna en el que puedan expresarse. Pero también tenemos el cambio de género porque está de moda o por intereses políticos o económicos. Y luego está la incidencia de los medios de comunicación, que de forma torticera transmiten imágenes y teorías que suscitan extraños deseos en las chicas y los chicos cuando están en la edad de su formación.
–Usted ha escrito que las mujeres tienen un modo distinto de hacer las cosas…
–Basándome en algunos estudios y en mi propia experiencia, diría que, en general, los hombres tienen la capacidad de fijarse en un aspecto e ir a fondo con él, dedicándole toda su atención y energía, pero pierden el contacto con la vida que les rodea. Las mujeres, en cambio, tienen una mirada más amplia, es decir, aunque se estén fijando en un punto, son incapaces de abstraerse de la vida que les rodea. Claro que a veces corren el riesgo de quedarse en la superficie de las cosas. 
Tengo esperanza en que un día surja una verdadera filosofía de lo concreto viviente, sobre  el pensamiento que toma cuerpo, cosa que atañe a hombres y mujeres. Las mujeres se percatan de ello más que los hombres, quizás porque tienen un ritmo biológico que las une más al ritmo de la Tierra. Estamos naturalmente llevadas a plantearnos de una forma distinta la realidad, las relaciones y hasta el pensamiento.
­–¿Significa esto que tenemos necesidad el uno de la otra?
–No me gusta el concepto de complementariedad. El Dios cristiano es trinitario, no binario; nosotros somos seres relacionales, de modo que yo soy más yo misma en la medida que pierdo mi identidad en el otro, ya sea hombre, mujer, trans, etc. Se da complementariedad en cuanto seres humanos. Yo soy completa como persona porque Dios me ha creado como microcosmos, pero esta integridad no es tal si no se dona a los demás. Por eso no puedo existir sola, pues me marchitaría y moriría. Si la biología está hecha de relaciones, mucho más lo están las dimensiones psíquica y espiritual que nos caracterizan como seres humanos. El mundo del otro me aporta una visión, una perspectiva que no es la mía, y en cuanto tal me enriquece y me completa.
–Hábleme de su libro «Sobre el masculino y sobre el femenino. Diálogo con Klaus Hemmerle».
–Hace tiempo que vengo reflexionando sobre las injusticias causadas por una visión machista de la realidad, lectura que no se corresponde con el mensaje cristiano. Quisiera reivindicar el valor de la mujer y su puesto en la sociedad, pero sin castigar el masculino. Examinando la lectura antropológica del teólogo y filósofo Klaus Hemmerle, me impresionó su tríada hombre-mujer-mundo. La aportación masculina está en que el hombre «se hace mundo», es decir, permite que todo ser humano, no solo masculino, se exprese en productos y relaciones. Por su parte, la aportación femenina consiste en «humanizar el mundo». Y lo más sorprendente del concepto es esto: «el lugar para estos dos movimientos es eminentemente la mujer, que acoge y comprende al hombre orientado al mundo, y que es para él esencia y figura parlante originaria del mundo»1. O sea, se dan dos movimientos, y sin embargo el lugar, la relación, está en la mujer, que se torna en tercero en cuanto que es ese alter ego que Adán reconoció como único par suyo, el único que responde a su palabra.
En sus textos Hemmerle habla de muchas figuras femeninas que hay en la Biblia, en particular María. Esto me plantea preguntas que me fascinan y le dan la vuelta a esa lectura machista y patriarcal que sitúa al hombre en el origen. En este sentido, la cuestión del papel de la mujeres y la plena recuperación de su dignidad al lado de la masculina, requiere ponerse juntos en camino, mujeres y hombres, y juntos reescribir nuestra historia.




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