Esta afirmación de Jesús forma parte de un diálogo con la muchedumbre, que lo busca después del milagro de los panes multiplicados en abundancia y pide un signo más para creer en Él.
Jesús revela que Él mismo es el signo del amor de Dios; es más, él es el Hijo que ha recibido del Padre la misión de acoger y llevar de nuevo a su casa a toda criatura, en particular a toda persona humana, creada a imagen de Él. Sí, porque el Padre mismo ha tomado ya la iniciativa y atrae a todos hacia Jesús (cf. Jn 6, 44), poniendo en el corazón de cada uno el deseo de una vida plena, es decir, de la comunión con Dios y con sus semejantes.
Así pues, Jesús no rechazará a nadie por muy lejos que pueda sentirse de Dios, porque esta es la voluntad del Padre: no perder a nadie.
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