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Trabajar juntos o en casa, ¿qué perdemos?

Luigino Bruni (1)


Mientras que todo el ámbito de la docencia, y todavía más las familias, han comprendido que la didáctica a distancia ha sido una tabla de salvamento durante el naufragio de la pandemia, y nadie quiere cruzar el resto del océano en esa tabla, en cambio las opiniones son muy variadas y controvertidas cuando se habla de volver al trabajo en la oficina. Este tiempo nos ha enseñado que algunas actividades está bien seguir haciéndolas (reuniones, encuentros de grupo de trabajo internacionales o interregionales, consejos departamentales, etc.), pero también nos ha enseñado que, si tuviéramos que seguir realizando en remoto la mayor parte de las acciones que configuran nuestro trabajo, llevaríamos nuestras empresas y organizaciones por caminos de gran dificultad. La presencialidad en el mismo lugar no es solo esencial para las reuniones importantes o para los encuentros delicados; no, es esencial casi siempre, porque las empresas y las organizaciones viven sobre todo gracias al trabajo cotidiano, a la inteligencia laboral ordinaria, que al unirse a la de los demás nos permite avanzar, innovar y crecer. 
Esas innovaciones y esas opciones verdaderamente importantes surgen porque, poco más de hace medio siglo, decidimos pedir a los hombres, y luego a las mujeres, que dejasen su natural gestión de la vida para trabajar, artificialmente, en lugares tan extraños como las fábricas o las oficinas. Les pedimos que se tomasen ocho horas durante seis días (luego cinco y esperemos que pronto sean cuatro) y dejasen su casa y sus ocupaciones privadas para ocuparse de los asuntos de la empresa.
Todas esas horas que pasamos juntos han generado los milagros económicos y nuestra compleja y rica sociedad. Si ahora, con el trabajo smart, llevamos a los trabajadores a su casa, todo cambiará, y mucho, para el 99% del trabajo que se lleva a cabo colectivamente. Por una parte, si el trabajo nos lo llevamos a casa, no obstante la buena voluntad y la seriedad, para todos nosotros esas ocho horas se verán ocupadas en cierta medida (y no poca) por la vida de la casa y sus relaciones. Además, lo cual es más serio, el producto del trabajo que cada cual hace en casa y que al final se suma con el de los demás, no equivale al trabajo que hacemos juntos cuando trabajamos juntos. Son cosas distintas, la segunda de calidad superior.
El trabajo es una acción colectiva, no muy distinta de la que generamos cuando cantamos en un coro o jugamos al fútbol. Es verdad que también podemos cantar grabando cada uno en su casa y luego dejar que un ordenador haga el ensamblaje final, pero sabemos que lo que ocurre en esos coros no es igual que lo que ocurre mientras estamos cantando codo a codo, cuando nacen las canciones nuevas y los nuevos proyectos. Y no hablemos del fútbol. 

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