Durante las prácticas previas a finalizar sus estudios universitarios, el hijo de unos amigos se vio involucrado en un proyecto para el que aparecía adecuado. Aunque era el último en llegar y siendo alumno en prácticas, dijo: «Yo lo haría de forma distinta». Corría riesgo de equivocarse y parecer engreído, pero su propuesta resultó ser la óptima. Asumió un riesgo y acertó.
Además de la admiración por esos padres y su hijo, he seguido dándole vueltas al asunto. Como él, hay muchos jóvenes que, como dice una canción que muchos hemos cantado, «son la humanidad que vive en el silencio y que quiere construir la nueva humanidad». No abren telediarios ni son portada de ningún periódico. En el mejor de los casos ocupan esas páginas que pasan inadvertidas, pero están ahí y a menudo nos los cruzamos en la calle, sin gritar ni pretender sobresalir por encima de los demás.
Hace meses, en conversaciones más o menos formales, se profetizaba de forma coloquial: «De esta saldremos mejores». Sin embargo, los grandes titulares parecen contradecir la profecía. La vuelta a la normalidad parece ser un regreso, algo más triste y pernicioso, a lo anterior. Miles de jóvenes se concentran los fines de semana con terribles consecuencias. No quiero ser ingenuo ni negar lo evidente, pero me preocupa la reiteración de titulares que, quizás sin pretenderlo, sirven de altavoz a dicho comportamiento. Me preocupa más que esos otros jóvenes creativos, solidarios y responsables no abran ningún noticiario. No me paro a pensar si numéricamente son más o menos, lo que me atrevo a afirmar es que, cualitativamente, actúan con más potencia y ejemplaridad. Lejos de mí juzgar a los primeros. Más allá de conductas incívicas o delictivas, además de responsabilidad personal hay mucha desestructuración e infelicidad.
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