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Momentos inolvidables de un verano

Álvaro Pacheco, Cristina Pacheco, María Chiara Arnáiz, Marta Aguado, Miguel Guerrero, Naroa Arnáiz

Parece mentira que el verano 2021 se acabe, tres  meses y parecen tres días. Cuando nos leáis todos estaremos volviendo al instituto, y nos preguntaremos si este verano ha valido la pena, si nos ha ayudado a seguir creciendo como personas, si ha sido un impulso o solo una desconexión mediante la fiesta y la siesta.


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Una hora de felicidad y un repertorio de época

Cristina: El día 2 de julio toqué con mis hermanos en una residencia de ancianos con el proyecto Música en vena, que demuestra de verdad que la música cura. Cuando nos pusimos manos a la obra, quisimos elegir canciones que los ancianos supiesen, que les trajesen recuerdos y se sintieran felices. Buscamos partituras, preguntamos a nuestros abuelos y preparamos durante semanas un repertorio de canciones de época. 
El día del concierto mis nervios eran evidentes: quería que todo saliera bien, ¿les gustaría o no? Fuimos toda la familia, mi madre se esmeró en bailar y mi padre en dirigir las canciones. Empezamos y vimos que participaban. Era gracioso cuando pasábamos a la canción siguiente y algunos seguían cantando la anterior, así que volvíamos atrás. Al final logramos tocar solo 4 de las 15 canciones preparadas. Pero solo ver la expresión de sus caras y lo felices que eran, solo constatar cómo en una hora se habían transformado y que la causa habíamos sido nosotros, nos llenó el corazón por completo, con la sensación incluso de haber cantado todo nuestro repertorio y más. Salimos de allí muy contentos, recordando cada nota, cada baile y cada sonrisa de esa divertida e inolvidable hora. Sin duda lo repetiríamos, yendo a por más y agradecidos por esta bonita oportunidad.
 

Muchas teselas, pequeñas y grandes

Marta: Para muchos el verano puede haber sido un poco aburrido, por no haber podido realizar grandes viajes o cosas que antes hacíamos. Pero yo he constatado que todo eso no es necesario y mi verano ha sido inolvidable. A veces los días podían parecer todos iguales, pero no era así: cada uno estaba marcado por pequeñas acciones que me hacían vencer comodidad y pereza y a la vez me hacían feliz. A veces era meterme en el mar con mi padre a pesar del agua fría (me lo agradecía mucho), o entretener a mi prima pequeña... No han faltado momentos para aprender cosas nuevas de quien tenía cerca, o con un curso de francés… Pero lo más inolvidable ha sido sin duda el Camino de Santiago, preciosa experiencia con un grupo de chicos y chicas. Lo veía como un reto: éramos de diferentes edades y ciudades y no nos conocíamos, pero todos deseamos construir un mundo unido y esto creó una fuerte amistad. Las largas etapas del Camino fueron un desafío, los últimos kilómetros se hacían interminables, pero era muy bonito ver la ayuda recíproca para llegar a la meta.
 

Se esfumó la niebla que me turbaba 

Miguel: Este verano me ha hecho romper mis viejos esquemas, en especial durante el Camino de Santiago del que habla Marta. He aprendido cómo uno puede superar sus males gracias a los demás y a la fuerza de voluntad. Ya el primer día se me produjeron varias ampollas en los dos pies... Llegó un momento en que pensamos que tendría que trasladarme en coche. Pero seguí intentándolo aún sin saber si lo lograría, aguantando el dolor como ofrenda a Dios. Yo por mí mismo no hubiese podido, pero tuve siempre a una persona a mi lado tratándome las ampollas o las contracturas o pasándome el agua, incluso me llevaron a caballito un día desde el restaurante al albergue. 
En medio de todo esto, en la media hora de silencio cotidiana, pude reflexionar y vi la analogía de todo ello con mi vida. Y es que llegué al Camino medio deprimido, engullido por mis demonios del pasado, en un casi agnosticismo y una angustia vital con poca esperanza en el futuro. Lo que vivía era como el dolor físico del pasado que ya no podía cambiar. Lo importante ahora era seguir adelante con esperanza, con la ayuda de los que te quieren. Lo he resumido mucho, pero la experiencia del Camino, junto a la confesión del último día, hizo que esa niebla que turbaba mi alma se esfumase y me viese no sólo con ganas de seguir adelante y ser de apoyo para otros, sino que volví a notar la cercanía de Dios. Por fin veo todo con esperanza y claridad.
 

El regalo de una cadena de “sí”

Álvaro: Hice el Camino con mi colegio: una experiencia que me abrió a una forma de vida que me llena. Pero tengo que contar la historia desde el principio.
Cuando nos lo propusieron en clase, la actitud general no fue positiva. Yo sí estaba dispuesto y me apunté. Fue mi primer paso a contracorriente. Ya en el Camino tuve la sorpresa de otros amigos que también se habían apuntado con la intención de pasárselo bien. Yo sentía que una fuerza tiraba de mí y me sugería aprovechar el Camino con todas mis ganas y decir sí a las oportunidades que se me proponían. Así lo hice, aunque requería ir a contracorriente. Y cuanto más decía que sí, más allá de lo que me apeteciese (a veces era a la eucaristía cotidiana, relacionarme con personas nuevas, o llevar el macuto de quien tenía dificultad, o salir por la noche un rato con los amigos), más feliz me sentía. Lo más especial era que con cada sí mi relación con Dios mejoraba. Era el gran regalo que Dios me hacía: mejorar el lazo entre los dos; yo no me opuse y lo acepté con gran ilusión entregándome a Él y a los demás. 
Claro, no quería que todo acabase con el viaje. Necesitaba seguir viviéndolo, porque una vez que ves un pedacito de cielo, no te conformas con banalidades. Por eso, ya en mi casa, busqué formas para mantener estas vivencias; a veces me abatía por los bajones, hasta que me di cuenta de que tenía que volver a lo que me hizo feliz en su momento: decir a Dios mi sí. Ahí tomé conciencia de que mi verano iba a ser inolvidable y que podrían serlo el resto de mis días: un sí a Dios y un sí suyo a mí.
 

Una fiesta de adiós para la abuela

Naroa y María Chiara: Ha sido un verano lleno de emociones: de modo inesperado nuestra abuela Aurora –somos primas– enfermó y todos nos adaptamos a la situación dejando a un lado otros planes. Durante días nos hicimos cargo de mis primos pequeños o acogíamos a nuestros padres con detalles cuando llegaban cansados del hospital, preparábamos la comida, recogíamos la casa... Hacíamos turnos también para estar con la abuela, con momentos inolvidables. 
Cuando falleció, intentamos no dejar nunca solo a nuestro abuelo, para que no viviera su dolor en soledad, sino que sintiera el calor de una familia unida. Una experiencia muy bonita la vivimos en el tanatorio. Cantamos las canciones favoritas de la abuela y juntos preparamos su funeral. Fue una tarde preciosa. Llena de emociones, pero con el alivio de saberla en el Paraíso. Sentimos el apoyo de muchos a través de mensajes que nos hacían ver las muchas relaciones y recuerdos de nuestra abuela. Quisimos hacerle una fiesta de despedida. Los nietos preparamos y leímos las peticiones, sus hijos una semblanza y entre todos cantamos los cánticos, con un dueto musical con nuestros instrumentos: ella era una amante de la música y a pesar del dolor y la tristeza, hicimos todo por amor a ella, para celebrar con certeza su llegada al Paraíso.
 




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