Jesús va caminando, rodeado por la muchedumbre: un padre desesperado le ha rogado que vaya a socorrer a su hija, que está muriendo. Mientras va de camino, sucede otro encuentro: entre la gente se abre paso una mujer que sufre pérdidas de sangre desde hace muchos años; una condición física de graves consecuencias, pues la obliga a limitar los contactos familiares y sociales. La mujer no llama a Jesús, no habla; se acerca por detrás y se atreve a tocar la orla de su manto. Tiene una idea muy clara: «Con solo tocar su manto, quedaré sanada de este sufrimiento que me atormenta».
Y entonces Jesús se vuelve, la mira y la tranquiliza: su fe le ha obtenido la salvación. No solo la salud física, sino el encuentro con el amor de Dios a través de la mirada de Jesús.
«Ánimo, hija, tu fe te ha salvado».
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