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Activos en la Iglesia local

María Jesús Aranda

Vigo, Santiago, Almendralejo, tres lugares donde la participación activa en la Iglesia local marca la diferencia.


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Hoy viajamos por tierras gallegas y extremeñas. Hablamos con Enrique y Fina, de Vigo. Comienza nuestra conversación hablando de que su comunidad está incompleta porque son apenas una decena y no tienen jóvenes entre ellos. El número no importa, pero echan de menos la savia nueva que la juventud aporta. Pero eso no les impide vivir en grupo las experiencias que cada uno trata de hacer. Hay quien colabora muy activamente con Caritas parroquial, y cuando surge alguna necesidad urgente, enseguida lo comunica por WhatsApp a la comunidad. Ese medio de comunicación lo usan mucho, les ayuda a sentirse unidos, conociendo las alegrías, las necesidades, el día a día de cada uno.  Acoger, abrir las puertas de casa en plena pandemia, o ir a conocer al que ha contactado con ellos por medio de internet, es el hermano que se presenta y que hay que atender sin pretender nada más.
 
Esta comunidad local no pasa desapercibida para la diócesis; desde pertenecer al consejo pastoral diocesano a solicitar siempre su colaboración en las actividades diocesanas. Por ello podemos contar que en Vigo hay una comunidad viva muy implicada en la Iglesia local. Al final de la conversación, desaparecía la sensación de estar incompletos, pues me reconocían que ir conociendo cada mes a las otras comunidades locales, le hacía sentirse esa familia que Chiara dejó como horionte.
 
Seguimos. Entramos ahora en Santiago de Compostela, ciudad de acogida al peregrino. Allí podemos encontrar a Elena y Marcial. Su casa ha sido lugar de esta acogida real durante muchos años, y aún siguen teniendo la puerta abierta si necesitas pasar por allí. Eso es lo que ocurrió con un joven venezolano que estuvo dieciocho días para hacer un curso. Luego le ayudaron a buscar un alojamiento para más tiempo, y ahora, un año después, es descolgar el teléfono y oírle decir: «Elena, hoy estoy solo y me gustaría comer con vosotros». Elena busca por el frigorífico y prepara un menú apresurado para acogerlo y hacerle sentir el calor del hogar. «Aquí en Santiago ya somos mayorcitos y el respeto a la pandemia nos hace estar más recluidos, sin reuniones –cuenta Elena–. ¿Qué si echamos de menos vernos como comunidad?, claro, pero cada uno sigue viviendo todo lo que Chiara nos ha enseñado, y la pandemia no nos va a separar. Las piernas ya nos recuerdan que los años juveniles han pasado, pero aún nos quedan fuerzas para ayudar en la parroquia, y en Red Madre, donde colaboramos preparando canastillas, enseres y ayudando a las madres embarazadas en lo que puedan pedir. Vigo, Santiago, Ferrol… nos sentimos una familia y así lo estamos viviendo desde hace años». 
 
Demos un salto hacia el sur. Si ahora hablamos de la ciudad extremeña del cava, hablamos de Almendralejo. Como el buen vino, esta comunidad ha ido «madurando». Concha, que junto a Juan y Margarita nos presentan la comunidad, nos cuentan que estos últimos días han sufrido la repentina enfermedad y fallecimiento de Fermina. Durante muchos años fue asistente de los Gen4 (niñas y niños de 4 a 9 años). Ahora han crecido, pero no faltaron a despedirla con cariño. El abrazo que le daban a Concha después del funeral expresaba el dolor, pero también el agradecimiento de lo que tanto habían aprendido con Fermina. ¿Qué cuántos son en Almendralejo? Qué importa el número, ¿alguien pregunta al ver un jardín cuantas semillas se han plantado? «Así nos sentimos nosotros –dice Concha–, poniendo semillas de unidad en la ciudad. Nuestra relación personal con cada vecino trata de ser un momento de crear una nueva “flor”». El amor a la Iglesia se refleja en la participación activa en la parroquia y en las delegaciones de ecumenismo y apostolado seglar, donde Juan y Margarita colaboran y representan al Movimiento de los Focolares. Para que la ciudad florezca, las semillas están, ahora hay que fertilizar y con el tiempo veremos los frutos. ¡Adelante Almendralejo!




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