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Teen Immigration: la primera generación de adolescentes que emigran solos a Europa

M. Teresa Ausín


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El mes pasado España se enfrentó a una crisis migratoria sin precedentes, que terminó con la devolución de la gran mayoría de recién llegados a Marruecos. Diversas ONGs recuerdan que, según la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, los «niños, niñas y adolescentes» tienen el derecho a ser acogidos, por lo que hay que asegurarse de que ahora, en territorio español, no se vulneren sus derechos. 
 
La migración de menores hacia Europa comenzó a finales de los 90, desde entonces ha ido creciendo a pasos agigantados. Según el Ministerio del Interior, a finales de 2019 había en España 12.417 niños migrantes no acompañados en nuestro país bajo tutela de las comunidades. En su mayoría son de Marruecos (68%), Guinea (8,4%), Argelia (5,2%) y Malí (4,5%). 
 
Anna Granata y Elena Granata, que llevan años estudiando la movilidad internacional desde el ámbito académico, pedagógico y urbanístico, han acuñado el término Teen Immigration1 (inmigración adolescente) para referirse a los niños y adolescentes que han abandonado su hogar para emigrar sin redes de protección. Aunque resulte llamativo, en muchos países del África subsahariana es habitual que se marchen tan pronto de casa, ya sea para estudiar o trabajar. A veces comparten la experiencia con amigos del pueblo, y suelen moverse dentro de sus propios países o a los países vecinos. Pero algo ha cambiado en los últimos años. Ese viaje a un destino próximo se está convirtiendo para muchos en un viaje sin retorno, con destinos cada vez más lejanos. Entre ellos, España. Un viaje que puede durar meses, o años, de modo que los que llegan ya no son los que se marcharon. Según el Portal de Datos Mundiales sobre la Migración, «Los niños migrantes están expuestos a los malos tratos, la trata de personas y la explotación, especialmente si viajan solos y por vías de migración irregular». Baste ver los datos de la Organización Internacional para las Migraciones: entre 2014 y 2020, al menos 2.300 niños murieron o desaparecieron durante su viaje. Pero es una cifra que nunca sabremos.
 
Por eso es imprescindible aumentar la cantidad y calidad de los recursos destinados a protegerlos. Otros países de la Unión Europea los acogen en familias o, en su defecto, en lugares y con personas que consigan que los niños y niñas se sientan queridos y en casa. Accem es una ONG española que trabaja con refugiados, migrantes y colectivos vulnerables y que ha apostado por impulsar el acogimiento familiar para favorecer su inclusión. Para ello, de 2017 a 2019 participó como socia en el proyecto europeo FOR_UM, financiado por el Programa de la Unión Europea sobre Derechos, Igualdad y Ciudadanía 2017. Está liderado por la ONG italiana Fondazione l’Albero della Vita, que quiere dar a conocer las acciones concretas llevadas a cabo en distintos países de la UE para que el resto pueda implantarlas.
En Italia, por ejemplo, las académicas Anna y Elena Granata hablan de las «comunidades puente» que, con el apoyo de familias del territorio, facilitan la integración de estos adolescentes y el encuentro con asociaciones y empresarios que, entre otras cosas, les serán útiles en la posterior búsqueda de empleo. Pero no solo eso. También se aseguran de que se relacionen con jóvenes italianos o con jóvenes que a su vez carecen de vínculos familiares o comunitarios, lo que ha contribuido a reforzar la pertenencia generacional y el nacimiento de lenguajes, rutinas y rituales comunes, acentuados por el uso de las redes sociales. También se les ayuda a que se conozcan entre sí a través de grupos online para compartir vídeos, fotos y noticias sobre música, política, religión, etc. Incluso aquellos que nunca han estado en la escuela saben las palabras clave con las que comunicarse en la web para expresar sus gustos, aspiraciones o protestas. Y de esta manera dan vida a una verdadera cultura adolescente, con gustos y modas compartidas. Las autoras llaman la atención sobre la amplia variedad de perfiles que nosotros encorsetamos en única definición (menas) porque, aunque sea útil para garantizar protección y acompañamiento, solo permite ver una parte de la cuestión. 
 

Una extraordinaria oportunidad demográfica

Elena y Ana Granata han experimentado a nivel personal lo que supone la acogida de estos chicos y chicas: «Nuestro viaje empezó abriendo las puertas de nuestra casa al primero, al segundo, al tercero y luego al trigésimo chico. Algo que nos cambió la vida a nosotras, a nuestras familias y amigos, y que nos abrió los ojos, pues descubrimos historias y perfiles migratorios inéditos». Perfiles que no aparecen en los medios y para los que no hay una definición. 
 
Como puede verse, ellas conocen de primera mano todo lo que pueden aportar estos adolescentes al país que convivirá con ellos. Y es que hablamos de chicos que están acostumbrados a moverse entre varias culturas, son multilingües y nativos digitales, tienen la mente abierta y, por todo esto, podrían representar una importante oportunidad para el relanzamiento social y demográfico de los países envejecidos de Europa. Por su experiencia de vida, los teen immigration son ya ciudadanos del mundo. Pero el tiempo antes de que abandonen los sistemas de protección es cada vez más breve. Por eso es tan importante que, mientras podamos, nos esforcemos por acogerlos como merecen, por educarlos y formarlos para que, cuando llegue el momento, sepan mantenerse en pie y tengan redes de apoyo. Sea por el motivo que sea, muchos ya están aquí, así que, ¿sabremos la sociedad civil y sus instituciones educativas y políticas marcar su presencia activa?
 
 
 
1 Granata A., Granata E.: Teen Immigration. La grande migrazione dei ragazzini, Vita e Pensiero, Milán 2019.  




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