El comienzo de un nuevo año es una época adecuada para hacer nuestra personal lista de buenos propósitos, buscando siempre mejorar algún aspecto de nuestra vida. Y, aprovechando tal circunstancia, he querido plantear el tema de este artículo.
Llevo ya tiempo dándome cuenta, cada vez con más claridad, de que, como vivimos en un mundo formalista y documental, el conservar ordenados durante el tiempo necesario los principales documentos que nos afectan no sólo supone una fuente de tranquilidad, que nos evita innumerables problemas, sino que conlleva un extraordinario ahorro de tiempo y de dinero.
La cuestión principal estriba en que no conservamos convenientemente –en originales o copias, depende de los casos– la documentación de todo tipo que nos concierne: partida de nacimiento, libro de familia, DNI, pasaporte, títulos académicos y certificados de estudios, títulos de propiedad de bienes muebles e inmuebles, de las posibles hipotecas y reembolsos parciales, contratos notariales o privados de todo tipo y sus justificantes de pagos, pólizas de los seguros de muy diversos tipos, contratos de suministros (agua, gas, electricidad, telefonía...), pagos de impuestos en sus distintas clases, facturas de reparaciones o mantenimiento, fianzas, datos de la Seguridad Social... Todo con claridad y de fácil acceso.
Parece que es algo pesado y muy complicado... y, la verdad, no lo es tanto, si se hace poco a poco, con orden y en un lugar fácil de consultar. Eso sí: devolviendo cada documento a su sitio una vez que, consultado, haya dado su fruto. Comprendo que así dicho globalmente, parece demasiado. Pero no lo es. Lo que exige, desde luego, es orden, y distribuir su archivo en los diferentes lugares que sean precisos y cómodos, según su uso.
