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Pasión por educar

Jorge Sáez

Páginas de la vida de un docente «repletas de agradecimiento a todos y todas los que me ayudaron desde la educación a ser un poco más feliz».


Siempre he agradecido la educación recibida de mis padres, tiene mucho que ver con la persona que hoy soy, pero aquí me detengo en la labor de tantas y tantos educadores que siembran conocimientos y valores que fundamentan una sociedad más justa, más libre y feliz.

Tenía trece años cuando comenzaron los problemas y las situaciones complicadas. En esa coyuntura me invitaron al grupo de convivencias del colegio y encontré a personas y educadores que, escuchándome y tratando de comprenderme, me abrieron caminos diferentes y alternativas constructivas. En aquel entonces no habría reaccionado bien a discursos y sentimientos de culpabilidad, pues habrían dañado más mi escasa autoestima y la incomprensión de lo que me llevaba a continuos tropiezos. En cambio, sentirme acogido y acompañado a nuevas formas de hacer, nuevos aires que respirar y nuevas experiencias que vivir, me ayudó tanto que comenzó a forjarse en mí la vocación a la educación. El agradecimiento vital me llevó a prepararme para desempeñar labores educativas que tanto me habían ayudado.

A los diecisiete años ya llevaba grupos de tiempo libre, empezaba a dar clases de guitarra e inglés y a organizar talleres, excursiones, convivencias... No fue fácil, ya que la ilusión ha de ir acompañada de formación y experiencia. Probablemente cometí mas errores que aciertos, pero en mí no se apagaba la llama por aprender, crecer y prepararme lo mejor posible. La vocación educativa seguía empujándome y esta llamada me ponía en la maravillosa aventura, aunque también difícil batalla personal, de hacer crecer lo mejor de mí en función de los demás.

Estudié Magisterio y pronto comenzaron las clases. Protagonismo, voluntad de ser el mejor, caer bien a todos, acertar siempre… ¡Qué desastre! Menos mal que las raíces eran profundas porque el hecho de equivocarme, de no hacer bien las cosas, incluso de fracasar, hicieron tambalear mi vocación. De nuevo formadores y educadores me ayudaron a comprender la necesidad de seguir creciendo, no dejar de aprender y adquirir la humildad suficiente para entender que la educación es servicio y entrega generosa, a pesar de las propias limitaciones. 

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