Al principio de la crisis no sabíamos qué nos esperaba, ahora lo tenemos más claro. En las primeras semanas hablé con Franklin, un compañero de trabajo ecuatoriano que vive en Bélgica desde hace quince años. En el telediario había visto lo que el coronavirus estaba causando en su país y le pregunté cómo estaba su familia de Quito. Me dijo que estaba preocupado por ellos. Entonces pensé que si alguien en Ecuador vendía té por la calle, ahora no podría hacerlo y no tendría ingresos. Ciertamente no tienen la red de seguridad que tenemos nosotros. A mí me había sucedió quedarme en paro una vez, pero en Bélgica tienes un subsidio suficiente para poder sobrevivir. Vivir en Bélgica es un privilegio y no siempre me doy cuenta.
Tenía claro que no había ningún motivo para no hacer nada, así que me puse manos a la obra. Hablé con Franklin y otras personas de mi entorno y vi más claramente que tenía que hacer algo. Así que abrí una página en Facebook y también una cuenta corriente para este proyecto. No quería perder tiempo, había una emergencia y estaba claro que para conseguir el objetivo no podía hacerlo a través de una gran organización, porque se requeriría más tiempo. Franklin contactó con su familia, que estaba entusiasmada, y se ocuparían de la logística en Ecuador.
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