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La gran ciudad ya no es para mí

Ana Moreno Marín

Tras cinco meses de pandemia, vislumbramos algunos efectos demográficos: una creciente migración hacia el campo.


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a historia de los años 50-60 se repite, pero al revés. Ahora la balanza se inclina hacia una vida más tranquila, asequible, en contacto con la naturaleza y con más tiempo para la familia, lejos de las grandes ciudades, del humo, las prisas y las aglomeraciones. En España hay 47,4 millones de habitantes y nueve de cada diez viven en el 30% del territorio. Pero los casi tres meses de confinamiento han dado rienda suelta a pensamientos y sentimientos, quizás acallados por el ruido del asfalto. Además, la posibilidad de teletrabajar se ha convertido en realidad para el 36% de españoles y ha cambiado las tornas.
 

Adiós Madrid

Es el caso de Laura Baena, fundadora del Club MalasMadres. Tras 17 años en la capital ha decidido volver con su marido y sus tres hijas a su Málaga natal: «Volver para vivir mejor, para no llorar la distancia, para ser y conectar con lo que soy», explicaba en Instagram a sus más de 511 mil seguidores. El confinamiento coincidió con su tercera maternidad y todos los planes de vivirla con calma saltaron por los aires: «De la frustración, la negación y el duelo por perder esa maternidad tranquila, llegó el equilibrio emocional y el pensar que de todo esto tenía que salir una oportunidad». 
 
El 2020 estaba lleno de proyectos, conferencias y giras por España, pero tocaba adaptarse a las circunstancias y al teletrabajo de un día para otro: «Somos diez trabajadoras y, tras el final del confinamiento, cada una hemos estado en una punta: Madrid, Burgos, Pamplona, Asturias, Tarragona, Málaga... Hemos aprendido a ser efectivas y funciona». El suyo ya era un trabajo flexible y conciliador, pero ahora se abría una nueva ventana, especialmente para Laura. Ella y su marido reconocen que, si no fuera por el virus, no se habrían mudado. «Nuestras familias –añade– están aquí, y ahora nos damos cuenta de lo sacrificado que era vivir en Madrid, pero ha sido necesario para construirlo todo. Antes del confinamiento buscábamos un piso más grande y buscando, buscando, cada vez nos íbamos más lejos del centro. Al final surgió la pregunta: ¿Y si nos vamos a Málaga? Y al verbalizarlo, lo visualizamos. Estamos muy contentos y te das cuenta de que, si estás feliz y conectas contigo, todo va a ir bien. Me importa mucho el bienestar de la familia y eso es fundamental para un proyecto tan personal como MalasMadres». Un proyecto que aglutina a más de 800 mil madres en torno a un objetivo común: lograr la conciliación familiar en España. 
 

De la ciudad a la montaña

Muchas familias se han replanteado su vida y algunas, como Maru Romero y Diego Arias, han dado el paso. «Aquí, mires donde mires, es una postal», dicen y no les falta razón. Junto a su hijo Jano, de seis años, han dejado Zaragoza para sumarse a los 1.478 habitantes de Sallent de Gállego, una preciosa villa a orillas del embalse de Lanuza, en el Valle de Tena, y a un paso de las estaciones de esquí de Formigal y Panticosa. Ya vivieron aquí de recién casados. A Diego, que trabajaba en una fundición, le han salido ofertas de mantenimiento en los hoteles de la localidad y Maru va a montar su centro de estética y bienestar basado en terapias naturales. «Estamos renovando un local al lado del río, esa será mi banda sonora», explica ilusionada.
 
Jano, que al principio tenía dudas de dejar su cole y sus amigos, ya está hecho al pueblo: «Está muy ilusionado con la vuelta al cole, con esquiar todos los miércoles de invierno, con el río, los vecinos... Lo vemos feliz», cuenta Maru. Reconoce que han apostado todo en este cambio y esperan encontrar calidad de vida y reencontrarse como familia: «Me quiero quitar esas prisas de ir corriendo siempre a todos lados. Queremos volver a los orígenes, al contacto con la naturaleza». 
 

Volver al pueblo, a las raíces

En la comarca oscense de Los Monegros, en la sierra de Alcubierre, límite natural entre Huesca y Zaragoza, encontramos Robres, un pueblo marcado por la Guerra Civil, pues en su límite municipal Aragón se partió en dos durante el conflicto. Hoy es otra batalla la que llevan allí a Laura Moreu y su familia. El coronavirus les ha cambiado la vida literalmente. Sus dos hijos, Pablo y Gabriel, de 5 y 3 años respectivamente, tienen una patología de riñón y decidieron pasar el confinamiento en el pueblo para evitar un posible contagio, ya que el padre trabajaba en una residencia de ancianos. En este municipio de más de 600 habitantes han permanecido estos meses y ahora no hay quien los saque: «Me he criado aquí y a mí el pueblo me tira mucho. Pero es que los pequeños están felices, tienen más libertad, en clase estarán con menos de siete niños cada uno, hay colegio hasta la ESO y el pueblo cuenta con muchos servicios y comodidades». 
 
¡Ya ven, a Laura le sobran razones! Su marido ha pasado de ser auxiliar de enfermería a herrero, fabrica estructuras de casas, barandillas, ventanas y dice que está «encantado». Ya han comprado un terreno y se construirán una casa «poco a poco». Laura está de excedencia hasta diciembre y después ya verán. Tienen claro que no dejan el pueblo.
 

¿Una cura para el estrés?

La pandemia está modificando muchos aspectos de nuestra vida, pero algunos cambios son positivos. El teletrabajo se ha multiplicado por tres en España, haciendo posible trabajar a cientos de kilómetros de las grandes ciudades. ¿Será esta una solución para la España vacía?, ¿serán los pueblos la cura para el estrés, la llamada enfermedad del siglo XXI? 
 




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