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Chiara Lubich y la vocación de Europa

Por Victoria Gómez

Europa unida por un mundo unido


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Unidad, solidaridad, bien común. Palabras como nunca invocadas por amigos, vecinos, redes sociales, parlamentos, medios de información, pensadores de impacto (imposible no recordar al papa Francisco). Europa existe por la magia de estas palabras, pero nuevos retos exigen nuevas respuestas. «Amamos Europa, pero no la vemos como debería ser», decía Chiara Lubich en 2007, un año antes de morir. Ella sufría «la noche colectiva que envuelve el mundo» y experimentaba «la noche de Dios y la construcción de la colectividad». Por esto en muchas ocasiones ha empujado a Europa a «componer una gran red de hermandad universal». Proponemos un fragmento.
 
 
«Se seguirá profundizando la comprensión de lo que es Europa y, al mismo tiempo, se ampliarán las fronteras: desde la pequeña Grecia, la conciencia europea llegará a abarcar del Atlántico a los Urales, especialmente por la penetración del cristianismo que infunde en los pueblos de la Europa “geográfica” los principios religiosos que, desarrollándose en principios civiles, sociales y políticos, construirán la Europa cultural. Y todo ello sin sofocar las distintas identidades ciudadanas y las identidades nacionales que se han ido formando.
 
»En cada cambio de época encontramos lo mismo: la idea que se tiene de Europa resulta demasiado exigua, algo desafía a Europa, modificándola y modificándose. Al hacerlo, Europa ha ido cada vez más (...) en la dinámica de la fraternidad universal, que involucra a personas y pueblos distintos. Esa fraternidad universal, que crea la unidad salvando las diferencias, vocación de Europa, está todavía en camino. Las guerras, los regímenes totalitarios, las injusticias han dejado heridas abiertas que hay que sanar. Para ser realmente europeos tenemos que mirar el pasado con misericordia, reconociendo como nuestra la historia de mi nación y la del otro, reconociendo que lo que ahora somos es fruto de acontecimientos comunes que debemos asumir de un modo completo y consciente. Y así los políticos europeos deben considerarse miembros tanto de la patria europea como de la nacional. Y no solo. Europa, que vive su vocación a la fraternidad y da testimonio de ella, tiene que llevarla a todo el mundo. 
 
»Sí, a todo el mundo. Europa tiene que construir su unidad con vistas al mundo unido. (...) A este proceso contribuye el deseo de personas y opiniones públicas empujadas por el deseo de unidad, orientadas a hacer eficaces formas de cooperación común a partir del nivel “más bajo”: la propia familia, el barrio, la ciudad, el Estado, hasta la dimensión internacional. 
 
»Se trata de una “nueva“ cultura de las relaciones internacionales. (...) No es difícil actualmente leer en ellas dificultades como la contraposición –que para ciertas personas es la alternativa– entre la localización o fragmentación y la globalización o mundialización. (...) Se necesita por lo tanto un estudio paciente, se necesita la sabiduría, y se necesita sobre todo no olvidar que hay Alguien que sigue nuestra historia y desea –si colaboramos con nuestra buena voluntad– realizar sus designios de Amor sobre todo nuestro planeta».
(Del discurso en la sede del Movimiento 
Europeo en Madrid, 3 de diciembre de 2002)




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