«Dicen que soy demasiado curioso. Sé lo que hay en todos los cajones de casa y me gusta descubrir los secretos de mis amigos. A veces me pregunto si no estoy exagerando, pero también me doy cuenta de que mi curiosidad es un estímulo para conocer a los demás y aprender a amarlos. Además, me parece que es una curiosidad por las cosas que no pasan». P. O.
Hasta no hace mucho, y según cierto criterio biempensante, la curiosidad no tenía sitio entre las virtudes, estaba apartada en el limbo de los casi-vicios. Hoy, en cambio, es una actitud humana revalorizada, y hasta la incluyen en el olimpo de las nuevas virtudes laicas. Una editorial francesa publicó hace unos años una colección sobre las virtudes del siglo pasado, y la curiosidad estaba entre ellas, pues según su criterio “ayuda en el amor”. Ahora bien, ¿ayuda “a” amar? Ahí está el quid.