La cumbre sobre el clima celebrada en Madrid no ha despejado muchas incógnitas, más bien ha sido parca en compromisos. Así lo describe José Prieto en su artículo «Más sombras que luces», apelando a no olvidar que «el mundo es una trama de relaciones y solo una unidad de acción en un marco solidario puede ayudar a cuidar la casa común». Quizás quería referirse a la «conversión ecológica» de la que habla en papa Francisco en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, que cada mes de enero celebramos. En él habla de «tener una nueva mirada sobre la vida, considerando la generosidad del Creador que nos dio la Tierra y que nos recuerda la alegre sobriedad de compartir». Clave para dicha conversión: «la transformación de las relaciones que tenemos con nuestros hermanos y hermanas, con los otros seres vivos, con la creación».
La paz, tan añorada y tan poco cuidada, está latente como «objeto de nuestra esperanza», dice Francisco, e impulsa innumerables iniciativas para resolver conflictos, actuales o previsibles. Un ejemplo lo presenta Ana Moreno en su artículo «La carne del futuro», sobre ciertas investigaciones relativas a la alimentación, asunto que incumbe tanto a la estabilidad política como a la cuestión climática. También Teresa Ausín en sus páginas nos acerca dos casos osados y esperanzadores de jóvenes que no se rinden ante un futuro adverso.
«La guerra se nutre de la perversión de las relaciones, de las ambiciones hegemónicas, de los abusos de poder, del miedo al otro y la diferencia vista como un obstáculo; y al mismo tiempo alimenta todo esto», afirma Francisco. Y se pregunta «¿cómo construir un camino de paz y reconocimiento mutuo?». Una de las respuestas es el ejemplo de Chiara Lubich, a quien la UNESCO otorgó en 1996 el premio «Educación a la Paz». A ella dedicamos las páginas que recuerdan el centenario de su nacimiento, en las que Victoria Gómez la presenta como constructora de paz, ya que para fomentarla «ha dialogado con exponentes de religiones, del mundo político, económico e intelectual».
