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articulo

Caminar sola

Javier Rubio

La viudedad, en el fondo, es un misterio, algo absurdo. Teresa se sigue sintiendo casada.
Teresa, madre de dos hijos, de 14 y 11 años, enviudó a los doce años de casada. Ella y Patxi habían vivido su matrimonio con mucha ilusión, sacando adelante un proyecto de vida en común, con muchas alegrías y también con algunas dificultades que les ayudaron a madurar porque supieron afrontarlas. Médicos los dos, pudieron compartir también su vida profesional, y así lograron cierta estabilidad familiar, laboral, económica… Hasta que, de repente… Los hechos repentinos apenas dejan tiempo para reaccionar. Una ecografía por una molestia insignificante hizo que todo se tambaleara: un tumor con metástasis en estado muy avanzado y con pronóstico de vida muy breve. «Fueron momentos muy duros –recuerda Teresa–, por el sufrimiento, por la incertidumbre... También por la oscuridad, porque humanamente era absurdo, sin sentido, incluso algunos lo calificaban de injusto». Y es que Patxi era una persona muy querida por sus compañeros y por los pacientes. Era un hombre cercano y se percibía su dedicación. Un cambio de vida, eso fue. Sobre todo al principio, cuando parecía que todo se derrumbaba. Poco a poco, y con la ayuda de algunos amigos con los que Teresa compartía su vida espiritual, se fue dando cuenta de que detrás de toda esa situación dolorosa estaba la mano de Dios. Y Dios, que es amor, había permitido que su Hijo muriese en la cruz por nosotros, en medio de un atroz sufrimiento difícil de imaginar, llegando a experimentar el abandono del Padre: Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? «Me aferré a ese Jesús abandonado con todas mis fuerzas –dice Teresa–, reconociendo en mi dolor su rostro. Así fue como encontré la paz y la serenidad para seguir adelante». El “absurdo” se transformó en una “prueba” que Dios ponía en el camino de Teresa para permitirle crecer en el amor. Y desde esta perspectiva la realidad cambió, pues por dentro Alguien había iluminado su oscuridad. Así lo describe ella: «Creció mi amor por Patxi, se purificó y maduró. Veía en él con más claridad a Jesús a quien amar. Lo acompañaba en todo momento, sufriendo juntos y sobre todo transmitiéndole paz y serenidad. De aquel periodo tengo recuerdos durísimos, pero también preciosos, de una profunda unidad construida. El año que duró la enfermedad los dos crecimos más que en los doce de matrimonio. Y Patxi, aun plenamente consciente de la gravedad, mantenía un ánimo que sorprendía a todos, aceptando el sufrimiento sin rebelarse y su muerte con serenidad». Ahora Patxi ya no está. La viudedad conlleva soledad, falta de apoyo ante las dificultades, ante la educación de los hijos…, y también disminuye el bienestar económico. Es un caminar solo, sin apoyos. Pero una circunstancia salió al encuentro de Teresa. O mejor, una “providencial” circunstancia. El movimiento Familias Nuevas también toma en consideración este estado de algunas familias, la viudedad, y organiza congresos específicos para ellos. «Fue un encuentro –dice– de los que marcan un antes y un después. Descubrí la viudedad como un designio de amor de Dios, un nuevo paso que Dios me pide en el matrimonio, una llamada nueva a seguirle sola. Y sobre todo tuve la certeza de que nuestro amor continúa, que sigo teniendo un marido que me quiere, y que tengo que cultivar la relación entre nosotros, incluso intensificarla».

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