No podemos ignorar que las falsedades que circulan por internet cada vez tienen mayor impacto, especialmente cuando están relacionadas con circunstancias conflictivas de la convivencia social. Las últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos, la situación sociopolítica en Cataluña o el referéndum en Reino Unido sobre el Brexit son claros ejemplos de ello. Baste pensar que, tras la celebración de éste último, varios políticos y directivos de la plataforma que apoyaban la salida del país de la Unión Europea han reconocido en la Cámara de los Comunes que se utilizaron noticias falsas con el fin de que ganara esa opción. El líder nacionalista Nigel Farage, por ejemplo, reconoció que había sido un error prometer que la aportación semanal de 350 millones de libras al presupuesto comunitario se iba a desviar a la sanidad pública una vez que el Reino Unido abandonase la Unión.
No hay democracia madura y estable sin una información fiable. Actualmente internet posibilita la difusión de noticias a nivel mundial, lo cual, junto a la indudable ventaja que supone poseer una información mucho más plural y libre, también origina importantes inconvenientes. Recientes estudios ponen de manifiesto que en las redes sociales se difunden más noticias falsas que las que tienen contenido verdadero, debido a que suelen ser más impactantes y novedosas. Asimismo, un considerable porcentaje de personas comparten noticias, no porque las consideren verdaderas, sino porque su contenido coincide con sus creencias, pensamientos o intereses.
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