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El término “adoptivo” es secundario

Antonio Zaragoza

“Nuestros hijos se han interesado por su origen y hemos tratado de satisfacer sus preguntas”.
Nos casamos hace veinticuatro años, después de un largo noviazgo. Habíamos conocido el Movimiento de los Focolares cuando éramos muy jóvenes, antes de hacernos novios. Durante el noviazgo dedicamos mucho tiempo a hablar sobre cómo realizar nuestros proyectos, a conocernos bien. Uno de esos proyectos era el de formar una familia numerosa. Pero al año de casados nos dimos cuenta de que algo no iba bien, pues no venían los niños. Decidimos estudiar la situación y, tras dos largos años de pruebas, la conclusión fue que nuestra esterilidad es de las llamadas primarias, es decir, de causa desconocida. Fue un período lleno de incertidumbre y dolor ante lo que parecía un fracaso. Nos propusieron las técnicas de inseminación y las de fertilización “in vitro”. Las estudiamos y buscamos consejo, pero decidimos no aceptarlas. Nos parecía que no había por qué forzar la naturaleza, en el primer caso, y no nos gustaba la fertilización “in vitro”, sabiendo que varios embriones serían congelados y desechados. Así que optamos por ofrecernos como padres adoptivos. Empezó otra experiencia apasionante pero no exenta de dolor. Los trámites burocráticos parecían hechos para aburrir y provocar la renuncia. La Administración parecía una pared con la que chocábamos cada vez que intentábamos dar un paso. No obstante fuimos adelante y al cabo de casi tres años ya habíamos obtenido la idoneidad y abierto expedientes aquí y en Brasil. Lo habíamos intentado con otros países, pero los desestimamos por consejo de la Administración. Solo quedaba esperar. En septiembre de 1993 recibimos la llamada de Brasil: un niño de ocho días nos estaba esperando. Tardamos tres días en preparar visados, contratar billetes, buscar alojamiento y ponernos las vacunas oportunas. Estuvimos allí durante un período de convivencia hasta que pudimos regresar a España con Antonio. De vuelta a casa, iniciamos otro expediente para Brasil. En 1995 nos llamaron de Murcia preguntando si queríamos renunciar al expediente abierto hacía ya cuatro años, dado que teníamos otro en Brasil. Dijimos que no, que estábamos dispuestos a ir adelante con el niño que nos tocara aquí. Y efectivamente, en noviembre de ese año recibimos a Isabel con una grandísima alegría. Sólo se llevaba veintitrés meses con Antonio y éste también parecía muy contento con su hermana. Cuando llegó Antonio, los amigos nos organizaron una fiesta sorpresa al regresar de Brasil. Esta vez, para Isabel hubo flores, tarta y muchas visitas, como si fuera la primera.

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