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El otro, la vitamina P de persona

Dolores García Arnaldos

¿Médico o filósofo? La verdadera vocación de Pedro Laín Entralgo fue el estudio científico y filosófico de la realidad humana.


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ntonio Piñas Mesa es profesor adjunto de Filosofía en la Universidad CEU San Pablo e imparte Antropología en la Facultad de Medicina. Sus temas centrales de investigación son las humanidades médicas en España, la filosofía española contemporánea y los aspectos antropológicos y éticos del mundo educativo.
Hablamos con él sobre un personaje al que ha dedicado varios estudios.
 
–Pedro Laín, ¿médico o filósofo? 
–Una duda frecuente cuando alguien se acerca a la vida y obra de don Pedro, sobre todo por su rica y variada producción, que abarca la historia de la Medicina, la antropología filosófica, la historia de España, la crítica literaria… Podemos resolver el interrogante diciendo que era titulado en Ciencias Químicas y en Medicina, especializado en Psiquiatría. Sin embargo, desde muy pronto descubre que lo suyo no es practicar la Medicina. Laín discierne su verdadera vocación: el estudio científico y filosófico de la realidad humana. 
En él se opera un tránsito desde una mentalidad positivista a otra más integradora de los saberes científicos y humanísticos, para una mejor comprensión del hombre. Esa era la propuesta del prestigioso filósofo alemán Max Scheler, uno de los renovadores de la antropología filosófica en el siglo XX. 
Laín quiso estudiar Filosofía en la Universidad Central de Madrid, con profesores como Ortega, Morente, Zubiri..., pero la guerra civil se lo impidió. Lejos de abandonar la filosofía, se convierte en un filósofo autodidacta, leyendo de forma incansable los textos más actualizados de Filosofía. Su gran maestro y amigo será el filósofo español Xavier Zubiri.
 
–A propósito de la Guerra Civil, ¿cuál fue su posicionamiento político? 
–Es otra cuestión muy debatida. Ciertamente, a los pocos días del inicio de la contienda se afilia a Falange Española, convencido por el ideario político de José Antonio Primo de Rivera, y en este movimiento ocupó importantes puestos en el orden intelectual. Él nunca sintió vocación ni tuvo destreza política. Dentro de Falange adoptaría, al igual que Dionisio Ridruejo o Torrente Ballester, una postura liberal y crítica, tanto con la derecha conservadora como con el comunismo. El propio ideal joseantoniano era de carácter integrador. 
Laín es un representante de lo que se ha dado en llamar la «tercera España», que trataba de superar el enfrentamiento entre «vencedores» y «vencidos». Esto se refleja en sus intentos por integrar a los pensadores, escritores, artistas, etc. de ambos bandos, frente a la insistente labor de «depuración» que se ejerció en el ámbito universitario. 
De forma progresiva Laín fue desencantándose de la Falange, como consecuencia de la distancia que el régimen de Franco tomó respecto al ideal de Primo de Rivera, y hacia 1956 la deja definitivamente. Su ideario político transitará hacia el modelo de la democracia representativa. La derecha más radical lo acusará de «desertor» y los sectores más aperturistas siempre le recordarán su pasado falangista, sin llegar a comprender el sentido de su pertenencia a ese ideal político.
 
–¿Cuál fue el núcleo central del proyecto intelectual de Laín? ­
–Desde el costado médico, Laín 
se propuso elevar el prestigio de la disciplina Historia de la Medicina, siendo catedrático en la Universidad Complutense de Madrid. Ahora bien, su acercamiento a la Historia no es el de un positivista, sino el de un historiador que «hace» historia como método para comprender la realidad humana. Al acercarse a la historia, Laín está haciendo también Antropología, y concretamente Antropología Médica, pues su objetivo es discernir la realidad del hombre como ser enfermable y sanable. Así que, al contemplar su densa obra de Historia de la Medicina y las biografías de tantos médicos, no debemos perder de vista su pretensión antropológica.
 
–¿Qué importancia tiene su obra La espera y la esperanza. Historia y teoría del esperar humano, publicada en 1957? 
–La esperanza y su opuesto, la angustia, fueron temas de moda en la filosofía contemporánea, entre otros aspectos por los acontecimientos bélicos que golpearon a la humanidad. En filosofía tuvo mucho peso la obra de Martin Heidegger, Ser y tiempo, y su defensa de la «angustia» como forma de «vida auténtica». 
Laín siente este planteamiento como una provocación filosófica que le mueve a desarrollar una teoría, si no contrapuesta, sí complementaria a la del filósofo alemán: la esperanza puede ser contemplada también como modo genuino de afrontar la vida. Frente a la «nada», o junto a ella, está el horizonte del «ser». En esa y en otras obras Laín muestra la plausibilidad de su planteamiento filosófico.
 
–Pero también escribió en torno a la creencia y el amor… 
–Sí, de hecho el postulado antropológico más conocido de este pensador es que el hombre es un animal que «cree, espera y ama». Es el modo que el hombre tiene de vivir implantado en la realidad, si bien estos hábitos metafísicos pueden adoptar diversas modulaciones: el hombre es creyente, pero también tiene sus «increencias»; el hombre ama, pero también odia; el hombre espera, pero lo hace dependiendo de la circunstancia, desde la angustia, la desesperanza o la esperanza. En distintas obras Laín aportó un estudio «natural» de las tres virtudes teologales, mostrando la vecindad entre lo natural y lo sobrenatural.
 
–Por último, ¿qué es la alteridad? 
–Cada ser humano tiene su identidad (biológica, psicológica, personal, etc.) y, frente a ella, se alza la identidad del otro, distinto, que es un «alter». En Teoría y realidad del otro Laín prefirió utilizar el término «otredad» para describir la realidad personal del otro, que es siempre «único e irrepetible». Nos habla del otro como alimento (la vitamina P, de persona), insistiendo en la naturaleza relacional de los seres humanos. Pedro Laín es un filósofo personalista cristiano, aspecto que, con distintas modulaciones, puede comprobarse a lo largo de su ingente obra.
 




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