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El sueño de Hanan Ashrawi

Bruno Cantamesa

Conseguir que los países europeos reconozcan Jerusalén Este como capital de Palestina y que la no violencia se imponga a las armas.


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Hanan Ashrawi saltó a los titulares de la prensa ya hace tiempo, en 1991, cuando las crónicas del momento relataron que se trataba de la nueva portavoz de la delegación palestina en el proceso de paz para Oriente Medio. Quién más quién menos se extrañó entonces de que encabezando dicha delegación hubiese una mujer de 45 años, profesora de universidad con una licenciatura de la Universidad Americana de Beirut y un máster realizado en Estados Unidos. 

Era la primera que vez la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) presentaba un rostro distinto al del habitual Yasser Arafat. Naturalmente, el hecho de que fuera mujer y además cristiana (anglicana) no pasó desapercibido. Ashrawi, además, se definía decididamente independiente con respecto a la dirigencia de la OLP, era seria, competente y con un punto de simpatía.
Hoy Hanan Ashrawi sigue siendo diputada en el parlamento palestino, dando voz a un pequeño partido, la Tercera Vía, que apenas cuenta con dos escaños, tratando siempre de mediar entre las dos principales fuerzas políticas, Hamas y Fatah, que con frecuencia mantienen posiciones contrastantes. La doctora Ashrawi es además responsable del departamento de cultura e información de la OLP. 
 
¿Por qué traer ahora a colación a esta casi olvidada figura de la política palestina? Tras las declaraciones del presidente norteamericano, Donald Trump, a propósito de la capitalidad de Jerusalén para el estado de Israel, cosa que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, recibió con un gran aplauso, Hanan Ashrawi no ha tardado en ser entrevistada al respecto. Le ha preocupado, y mucho, la situación que se puede generar en Palestina y en todo el mundo árabe a causa del anuncio del presidente Trump. 
 
Por ejemplo, en la entrevista que le hizo un diario norteamericano on line, el Huffington Post, sus declaraciones fueron discretas pero al mismo tiempo muy claras, expresando su desacuerdo y su disgusto por la decisión de Trump de trasladar desde Tel Aviv a Jerusalén la embajada norteamericana en Israel: «Con esa decisión –afirmaba– la administración Trump ha destruido toda posibilidad de paz entre israelíes y palestinos, pues abiertamente se alinea del lado de los ocupantes israelíes».
 
Vistas las protestas que el asunto ha causado, cabe preguntarse qué esperanzas albergan ahora los casi cinco millones de palestinos que residen en Cisjordania y en la Franja de Gaza, además de los que viven en Israel y los que tienen estatus de refugiado en los países árabes limítrofes (Jordania, Siria, Líbano) o también los que están repartidos por todo el mundo. El problema no es pequeño, pues cuando uno siente pisoteadas sus esperanzas, es difícil controlar la rabia y la frustración. Y parece que la decisión de Trump no tiene en cuenta en absoluto las esperanzas de los palestinos.
 
La Unión Europea, al menos esta vez, se ha mostrado firme en su unidad al no aceptar la decisión norteamericana. De tal firmeza hizo gala Federica Mogherini, la alta representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, en el encuentro que mantuvo el 11 de diciembre con Benjamín Netanyahu en Bruselas. Entre otras cosas, Mogherini declaró: «El primer ministro Benjamín Netanyahu ha dicho esta mañana que esperaba que otros países trasladasen sus embajadas. Puede guardar sus expectativas para otros, porque con los países de la UE eso no ocurrirá».
 
Puede que en medio de este choque de criterios las esperanzas de Hanan Ashrawi hallen algo de cobijo. El suyo es un sueño bien difícil, un sueño que requiere grandes dosis de coraje. «Estos treinta años –asegura– han reforzado en mí la convicción de que existe una “tercera vía” entre la resignación y la deriva militarista. Es la vía de la desobediencia civil, de la resistencia popular no violenta. Sé muy bien que es una vía difícil de llevar a cabo, pero no conozco otra mejor». 
 
Probablemente la mente de Ashrawi cobija la esperanza de que los países europeos opten por una solución que no sabe muy bien cómo se puede realizar, pero trata de imaginar: que reconozcan el Estado de Palestina con su capital en Jerusalén Este. O sea, una parte de la ciudad, cuyos límites quedaron establecidos en los acuerdos de 1967. Según esto, Jerusalén vendría a ser la capital de dos Estados, Israel y Palestina, ambos con el mismo derecho a existir.




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