No le basta a Emmanuel Macron, nuevo jefe de Estado francés, con haber vencido a la extrema derecha de Marine Le Pen y al ala izquierdista de Jean-Luc Mélenchon, ambos antieuropeístas y profundamente populistas. El gran reto ahora es lograr una mayoría suficiente en la Asamblea Nacional que le permita llevar adelante su programa reformista que incluye reconstruir el vínculo con Europa.
La primera vuelta será el 11 de junio y la segunda el día 18 de este mismo mes. Entonces sabremos el poder real con el que Macron podrá no solo afrontar el ajuste económico –la deuda francesa asciende a más de dos billones de euros (el 96% de su PIB) y su gasto público es uno de los más altos de Europa–, sino también llevar adelante políticas integradoras dentro y fuera de sus fronteras.
Reforzar la Unión
El nuevo presidente francés ha dejado claro desde el minuto uno su intención de reforzar la Unión Europea. Nada más ganar los comicios a Le Pen con un 66% de los votos, una abstención récord del 25% y un 12% de votos nulos, comenzó su celebración al son de la Oda a la Alegría, himno de la Unión Europea. Y casi inmediatamente después viajó a Alemania para demostrar la unión del eje franco-alemán.
Para la canciller Angela Merkel este también es un año clave. En septiembre se celebran elecciones generales en Alemania y pese a que partía con desventaja a principios de año, en las recientes elecciones de los estados federales Schleswig-Holstein y Renania del Norte-Westfalia le ha dado la vuelta a la situación y aventaja a su principal rival, el socialdemócrata y expresidente del Parlamento Europeo Martin Schulz. Cualquiera de los dos reafirmará la unión con Francia en el camino por recuperar la alianza de la Unión Europea tras el Brexit.
Crisis existencial de la Unión Europea
No solo la salida del Reino Unido amenaza el hoy y el mañana de la Unión Europea. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, apuntaba a una crisis existencial europea en su discurso El estado de la Unión 2016: Hacia una Europa mejor:
«Nuestra Unión Europea está experimentando, al menos en parte, una crisis existencial. He sido testigo de décadas de integración europea (...) pero nunca antes había visto tan poco entendimiento entre nuestros Estados miembros, tan pocas áreas en las que están dispuestos a cooperar. Nunca he oído a tantos líderes hablar solo de sus problemas internos sin mencionar a Europa o mencionándola solo de pasada. Nunca antes había visto a los representantes de las instituciones europeas definir prioridades completamente diferentes, a veces en abierto contraste con los gobiernos y parlamentos nacionales. Es como si ya no hubiera ninguna interacción entre la UE y sus capitales nacionales. Nunca antes había visto a los gobiernos nacionales tan debilitados por las fuerzas del populismo y paralizados por el miedo a la derrota en las próximas elecciones. Nunca antes había visto tanta fragmentación y tan poco intercambio en nuestra Unión».
Gran desafío
Así pues, el desafío que la Unión Europea (UE) tiene por delante es grande y no pasa solo por reforzar el eje franco-alemán. El secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, recordaba el mes de mayo pasado en su visita al Parlamento Europeo la contribución absolutamente central de la UE en las necesidades de la ONU y cuán fundamental es la colaboración de la Unión Europea en cuestiones como el conflicto sirio, la migración o la globalización, y la necesidad de preservar la diversidad cultural. Aspectos sobre los que no hay una unidad de acción en los Veintiocho.
La situación política es inestable en muchos países, sea por motivos principalmente económicos, como Grecia, o por el ascenso de grupos fascistas, como en el Este de Europa. Ante esta perspectiva, ¿qué cabe esperar de la «nueva» Europa sin el Reino Unido y con un nuevo presidente estadounidense, Donald Trump, que busca alianzas con Rusia? ¿Hacia dónde debe avanzar? Preguntas de calado para las que hoy la UE no tiene respuesta.
Valores como la libertad, la democracia y el Estado de Derecho, si bien son comunes a los países miembros, ya no son suficientes para unificarlos bajo una misma bandera. El propio Juncker recordaba en el discurso antes citado la necesidad de suscitar la fraternidad en Europa.
Solidaridad y fraternidad, factores de cohesión
En este sentido, Esther Salamanca, profesora de Derecho Internacional Público en la Universidad de Valladolid, recuerda que la clave del éxito del proyecto europeo es precisamente la fraternidad y solidaridad, valores que apelan a las raíces de la Unión y en el que los cristianos están llamados a ser levadura.
«Es necesario recordar que el proceso de la construcción de una Europa unida ha seguido los mismos parámetros desde su creación. Como decía Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares, una “opción espiritual a favor del perdón y la voluntad de superar la violencia a través del diálogo y la solidaridad”», explica Esther.
Se cumple el 60º aniversario del Tratado de Roma, germen de lo que hoy es la UE y como recordaba recientemente en una tribuna en el diario El Mundo el exministro de Defensa y expresidente del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos, Eduardo Serra Rexach, «nunca como ahora la unión había sido tan frágil. Confiemos en que otra vez, y como el ave fénix, Europa sea capaz de sacar fuerzas de flaqueza, unirse políticamente y hacer oír su voz en un mundo que quiere adoptar sus principios, sus valores y su modo de vida, pero que cada vez le escucha menos».
Es evidente que la Unión Europea necesita reinventarse –si no refundarse– y volver a poner en el centro de toda acción el principio de fraternidad. Y a la par, en esa reconstrucción todos podemos con nuestros votos y acciones tener un papel protagonista.