Conforme merman las funciones intelectuales y aumenta la discapacidad, surgen reflexiones acerca de la dignidad, identidad y libertad de una persona que puede llegar a no reconocer ni reconocerse. Desde el punto de vista cultural, la imagen de «calidad de vida» que solemos proyectar sobre nosotros y sobre los demás esconde a veces la incapacidad para tolerar la vida cuando, como en el caso de estas enfermedades, es irremediablemente defectuosa y frágil.
Es decisivo comprender que quien cuida a una persona con Alzheimer en cualquier fase evolutiva, cuida a alguien que tiene su dignidad intacta. La dignidad esencial u ontológica, inherente al ser humano, solo puede ser lesionada por otro, desde fuera, por la manera como es tratado. Afirma Viktor Frankl que siempre hay un núcleo de libertad hasta en la persona afectada por patologías cognitivas, porque lo espiritual no enferma… El cuidado del paciente comienza por el reconocimiento real y concreto de su dignidad: sin esta premisa ética no puede realizarse una atención adecuada.
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