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«Cielo, ayúdame»

M. Teresa Ausín

Al igual que los primeros cristianos bajo el Imperio Romano, hoy sigue habiendo héroes anónimos que sufren persecución a causa de su fe, aunque en nuevos escenarios.


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En China viven unos doce millones de católicos, es decir, el 1% de la población. Ese ínfimo porcentaje se divide en dos comunidades: una «oficial» y otra «clandestina». La oficial (Asociación Patriótica Católica China) es un organismo creado por las autoridades comunistas en 1957 que no responde ante Roma, mientras que los católicos que no se sometieron a dicha asociación se vieron forzados a la clandestinidad. «A pesar de la división», me explica Ángela Bai, católica china, los cristianos del gigante asiático «anhelan la unidad».
 

¿Cómo viven su fe?

Ángela es su nombre de bautizada, no su nombre civil, pues allí, al bautizarse, suelen tomar el nombre de un santo «porque es a lo que aspiran». En medio de un ambiente materialista, tienen una fe muy viva y la llevan a su vida familiar, a su trabajo. «Amar es algo bueno –asegura Ángela– y atrae la atención de los demás hacia la fe».
 
Pedro Fung es un ejemplo de ese vivir la fe «en el día a día». Casi no sabe leer, pero explica la Biblia a su manera y vive sus enseñanzas. En el Año Nuevo chino acostumbra a visitar a los pobres y un año se propuso llevarles los mejores haces de leña. «¿Por qué?», le preguntó su mujer. Y él respondió: «Si fueran Jesús, ¿qué les darías tú?». 
 
Para conseguir la leña había que cruzar un río con una capa de hielo de cinco centímetros, pero para él el hielo era «un peligro, no un impedimento». Meses después, cuando la comunidad quiso construir una parroquia, los vecinos no católicos acudieron a ayudarles: «Somos amigos; el ser católicos no es una barrera».
 
 

Libertad religiosa, pero no de culto

La libertad de culto sigue siendo una asignatura pendiente. Mientras los católicos “oficiales” practican su religión abiertamente, los “clandestinos” tienen que andar con cuidado. La ley permite a los mayores de edad tener sus creencias, pero el Gobierno no les permite tener edificios de culto. En algunas regiones no hay iglesias ni horario de misas y los sacerdotes son pocos. 
 
Hace veinte años en el pueblo de Pedro había misa cada tres meses. Los domingos Pedro captaba la frecuencia de Radio Vaticano y se ponía de rodillas al llegar la consagración. «Si no puedo comulgar físicamente, al menos quiero hacerlo espiritualmente», decía. Hoy la frecuencia de misas es mayor, pero Pedro continúa pegado a la radio.
 
Ángela relata que para ir a misa en China muchas veces tienes que conducir media hora en coche o hacer una hora en bici. «Aquí la tenéis al lado y varias veces al día», exclama sorprendida. Comenta que tenemos más facilidades para vivir la fe, pero que el ambiente no ayuda: «No os sentís orgullosos de ser hijos de Dios». Los católicos chinos valoran mucho la palabra elegidos. «No es que nosotros elijamos a Dios, sino que Él nos elige a nosotros», concluye.
 

Las conversiones

En Europa, los bautizos, comuniones y bodas son casi una tradición cultural; no los valoramos como sacramento. Pero allí hay un antes y un después del bautismo. «Eliges un camino», explica Ángela. 
 
Sus compatriotas funcionan mucho por el ejemplo de otros, por eso las conversiones se dan en cadena por el contacto con amigos, familiares o vecinos que muestran otra forma de vivir. Ángela cuenta cómo los católicos viven primero su fe con pequeños gestos y luego explican su motivación: «Porque soy católico». 
 
El testimonio de abuelas a sus nietos también influye. Esa es la historia de Pablo Wang. Tenía entonces 19 años. Una noche de invierno rodó con su moto por un barranco de veinte metros de profundidad. La temperatura no superaba los cero grados. Se dio cuenta de que tenía un brazo roto y pensó que moriría. En ese momento recordó a su abuela y clamó al cielo: «Dios de mi abuela, si realmente existes, sálvame». A las dos de la madrugada alguien pasó por la carretera, oyó sus gritos y lo rescató. Aquel hombre era católico.
 
Ángela explica que allí suelen decir mucho «Cielo, ayúdame». Y que cuando le ponen un rostro concreto a ese Cielo que les ayuda, muchos se convierten. Pablo se bautizó poco después: «Si el Señor de mi abuela me ha devuelto la vida, la viviré para Él». Parece que mientras no hay dificultades serias, no buscamos a Dios, comenta Ángela, pero «sembremos semillas de fe –añade esperanzada– aunque no sepamos cuándo recogeremos la cosecha». 
 


Desde que en 1951 se rompieran las relaciones diplomáticas entre la República Popular China y el Vaticano, el principal escollo siempre ha sido el nombramiento de obispos. Mientras China veía la intervención de la autoridad papal como una injerencia en asuntos internos, el Vaticano advertía del peligro para la integridad espiritual de la Iglesia. 
 
Esta situación podría estar llegando a su fin, si es que se llega a un acuerdo por ambas partes. No todos los católicos chinos parecen satisfechos, pero atendiendo al optimismo del cardenal de Hong Kong, John Tong Hon, expresado en febrero pasado en su revista diocesana (Sunday Examiner), hay cierto consenso para un acuerdo que otorgaría al Papa la última palabra en el nombramiento de futuros obispos, tras tomar en consideración las propuestas de la conferencia episcopal vinculada al Gobierno.


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