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¿Cómo gobernar un mundo global?

Francesc Brunés

Estamos en un momento histórico de construcción social que requiere la aportación de todos y cada uno.
 

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Gobernar un país no es fácil; gobernar el mundo no está al alcance de nadie, pero es asequible a todos. Vivimos en un mundo económicamente global, pero política y socialmente fragmentado. Muchas voces están reclamando una especie de gobierno de alcance mundial.
 
Gobernar implica un sistema político, es decir, un conjunto de agentes, instituciones y organismos, y también creencias, valores y normas que hagan posible los procesos de decisión política. Si el mundo fuese un saco en el que se apretujasen sus elementos como una masa uniforme, se podría pensar en un poder regulador a nivel planetario; pero el mundo es enormemente local y diverso. Lo vemos incluso dentro de los mismos Estados. 
 
 

Cambio en el orden bipolar

La aparición histórica del Estado, a principios de la Edad Moderna, concentró el poder político en una unidad, en base a un supuesto falso: un estado, una nación. Esto se cumple raramente, ya que lo habitual es que coexistan varias naciones dentro de un Estado. A veces encaja bien (Estados Unidos, Alemania…), pero en otros casos es complicado (Canadá, Reino Unido, España…).
 
El fin de la guerra fría provocó un cambio en el orden bipolar (Estados Unidos–Unión Soviética), propiciando las relaciones multilaterales y poniendo en crisis la soberanía de los Estados. El poder queda difuminado y los centros de decisión, diversos y transversales, limitan la capacidad de decisión de los Estados, que tienen problemas para mantener su legitimidad, pues no pueden dar respuesta eficaz a todas las demandas ciudadanas. 
 
Las redes globales ignoran las fronteras y ponen en crisis el principio de territorialidad. Se produce un divorcio entre los intereses del capital y los de los Estados, y una subordinación de la política a la economía.
 
 

Gobierno y gobernanza

Con este escenario el director de escena no puede ser único. Actores, escenógrafos, maquilladores, apuntadores y hasta el portero se convierten en protagonistas y directores al mismo tiempo. Por todo ello a finales del siglo XX empezó a hablarse de «gobernanza global». Para sacar adelante este mundo «glocal», no podemos hablar de gobierno, sino de gobernanza. ¿Qué diferencia hay entre ambos términos? 
 
Gobierno implica una actividad estructurada a partir de una autoridad formal, con poderes políticos que aseguran la ejecución de las decisiones tomadas. Con gobernanza, en cambio, nos referimos a actividades que pueden derivarse o no de formas legales o formales, y que no se basan en las fuerzas políticas. 
Es un concepto amplio que comporta la presencia de instituciones gubernamentales y otros mecanismos informales y no gubernamentales, sin una clara jerarquía de poder entre los diferentes actores. En el primer número de la revista Global Governance (1995) 
 
S. Linkelstein decía que la gobernanza global es «la actividad de gobernar, sin autoridad soberana, las relaciones que trascienden las fronteras nacionales». Una necesidad urgente, pero aún no resuelta.
 
 

Tomar las riendas

La economía no puede campar a sus anchas mientras los gobiernos se esfuerzan en poner puertas al campo. El planeta se nos funde mientras los acuerdos se vinculan a una especie de mercado del medio ambiente. Alguien, con una autoridad que no derive de la fuerza, debe poder tomar las riendas, calmar los caballos desbocados y hacer virar el carro hacia un desarrollo sostenible. Lejos de la solución todo intento de un mesías salvador (persona o país) capaz de instaurar un orden jerárquico mundial. Este «alguien» solo puede ser un tejido de relaciones, con un proyecto compartido y buscando la unidad en la diversidad. 
Los profesores David Hels y Anthony McGregor proponen la «multilateralidad», visión plural de la autoridad, geometría variable, complejidad estructural, transformación de los gobiernos nacionales, nuevas modalidades de toma de decisiones globales. Jean Christophe Graz y Andreas Nölke ven la gobernanza global como una forma de organización política basada en la lógica del poder policéntrico, multinivel y multiespacial, que va más allá de una lógica de acción informal y no jerárquica. Son valiosas aportaciones del mundo académico que necesitan otros ingredientes, provenientes de los más diversos ámbitos del conocimiento humano.
 
En este sentido, resulta muy orientador el análisis de la encíclica Caritas in veritate (2009) de Benedicto XVI. El capítulo dedicado a «la colaboración de la familia humana», apunta la necesidad de reformar la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la arquitectura económica y financiera internacional (Banco Mundial, FMI, Organización Mundial del Comercio), a fin de dar una concreción real al concepto de familia de naciones. 
 
 

Gobernanza «glocal»

Parece claro que instituir un grado superior de orden internacional para gobernar la globalización debe estar íntimamente ligado, por una parte, al desarrollo de los pueblos, que depende en buena medida del reconocimiento de todos ellos como miembros de la familia humana, y por otra parte, a no caer en la trampa de construir una especie de Estado mundial que reproduzca a escala planetaria las estructuras de los Estados. 
 
Bien al contrario, es necesario encontrar vías para globalizar la democracia, permitiendo la configuración de una gobernanza «glocal», en la que lo local y lo global no sean excluyentes y donde el sistema implique un reparto equitativo del poder mundial, que dé la palabra a los necesitados, proteja la libertad de todos, respete el medio ambiente y la sostenibilidad y equilibre las estructuras de poder.
¿Existe algo más ilusionante y comprometido que vernos inmersos en un momento histórico de construcción social que requiere la aportación de todos y cada uno de nosotros?




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