Hace poco un amigo me sorprendió –como suele ser normal en él– con una grata y original notica: la biblioteca pública de la que es director había sido declarada “espacio sano”. Dicho espacio había conseguido tal reconocimiento, entre otras muchas razones, porque lograba establecer unas relaciones interpersonales tan positivas y creativas que permanecer reiteradamente en la Biblioteca cooperaba de forma importante a la mejora psicológica e incluso física de los usuarios. Así surgió la idea para este artículo.
Por sí misma, la educación auténtica es siempre sana y revitalizante. Hasta aquí nada nuevo. Ahora bien, de cara al período estival, en el que la vida familiar se “desescolariza”, la presencia de todos los miembros de la familia es más cercana y el tiempo que pasamos juntos es más prolongado, podemos hacer algunas reflexiones. Nuestra labor educativa durante el verano es la misma que durante el resto del curso. La diferencia estriba en que ahora podemos hacerla más “sana”.
Durante el verano permanecen las normas y los límites; ahora tenemos la oportunidad de plantearlos desde una perspectiva más “sana” en tanto que podemos dedicar más tiempo –y más relajadamente– al intercambio y al razonamiento. El verano puede ser una ocasión de oro para superar el pudor de expresarles a los chicos, en definitiva, la “norma de las normas” de la que parte todo en la familia: “Yo quiero ser para ti una ocasión de vida y sé que tú lo eres para mí”.
El verano puede ser otra maravillosa oportunidad para decirles a nuestros hijos algo tan sencillo y necesario en educación, pero que no siempre tenemos presente, como: “Puedes acudir a mí para lo que te haga falta; siempre estaré aquí para escucharte”. Es un buen momento para prestarles más atención, para mostrarles nuestra colaboración, apoyo, consejo y ayuda.