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La cooperación como camino

Francesc Brunés

Hoy, más que nunca, hablar de cooperación es hablar también de interdependencia y reciprocidad a nivel internacional. 


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Los países son cada vez más dependientes unos de otros. En esta red de vínculos recíprocos solo existen dos caminos: el de la competición, que nos lleva a un mundo cada vez más desigual, y el de la cooperación, que puede ser la vía hacia un desarrollo integral de todas las personas y de todos los pueblos. Podemos escoger…


Por ahora, el predominio de la competición es absoluto, como lo es también el sufrimiento, por doquier, de amplias capas de la sociedad. Sin embargo, en paralelo, se va haciendo camino, a menudo calladamente, la cooperación internacional, un espacio en el que se pone en juego el desarrollo de diferentes recursos: los materiales (financieros, técnicos, tecnológicos) por un lado, los humanos y también los sociales por otro. 
 
 
La cooperación favorece el diálogo político entre pueblos diversos y ayuda a superar desigualdades, marginalidad internacional, a mejorar el respeto por los derechos humanos fundamentales, a incrementar el grado de libertad de los pueblos… La resolución de problemas complejos exige la cooperación de países diversos, que se proponen objetivos mutuos y adoptan por método la reciprocidad, saltándose a menudo la barrera entre donante y receptor. 
 
En la cooperación actual todos dan y todos reciben. El trabajo cooperativo se desarrolla a diferentes niveles: el de la ayuda y la solidaridad; el de la promoción comercial y el de los intereses políticos y económicos. Esto implica ir más allá del aspecto puramente económico y marca una tendencia hacia una sensibilidad más humanista e integral del desarrollo. Al mismo tiempo, recoge la evolución que el concepto de cooperación ha tenido a lo largo del tiempo.
 
 
Después de dos guerras mundiales, la segunda mitad del siglo XX vivió la guerra fría, que puso de relieve una complicada red de intereses geoestratégicos. La crisis del petróleo de 1973 puso de manifiesto el grado de globalización en que vive el mundo. La intensificación de los fenómenos migratorios nos sitúa ante la necesidad de encontrar modelos de desarrollo más sostenibles. 
 
El progreso tecnológico cambia sustancialmente los procesos productivos, incorporando elementos cualitativos. Todo ello explica, en buena parte, el avance en la búsqueda de nuevos modelos, nuevos caminos, que nos acerquen a un crecimiento más armónico a nivel mundial.
 
 
Resulta de interés la aportación que hace Amartya Sen con su «teoría de las capacidades». Según Sen, una idea de justicia no debe limitarse a reflexionar sobre los medios de vida, sino que debe interesarse por las posibilidades reales que tiene cada uno para poder escoger su vida. Las capacidades (que él llama capabilities y que en realidad serían «capacitaciones», posibilidades de opción) son libertades individuales concretas. El bienestar consiste en un aumento de las capacidades. 
 
Esto implica una concepción de la economía que no se limite a plantear problemas de renta y distribución. Ser pobre significa, según Sen, carecer de capacitaciones. En el terreno de la cooperación, puede ser más eficaz incidir sobre el acceso a la salud y la educación que hacerlo solo sobre los ingresos familiares de la población.
 
Una de las capacitaciones importantes en la vida de la cooperación debe ser la ocupabilidad. Uno de los economistas actuales de referencia, el francés Thomas Piketty, en su conocida obra El capital en el siglo XXI, afirma que «la desigualdad más grande la provoca la desocupación». Trabajar, pues, en la línea de aumentar las posibilidades de ocupación de las personas puede ser una excelente forma de desarrollo integral. 
 
 
Insistiendo aún sobre la necesidad de focalizar la cooperación en la persona, resulta útil recordar la aportación de Kant, quien entiende que la dinámica de las relaciones internacionales se basa en los lazos transnacionales entre los individuos, dada la armonía de intereses existente entre los seres humanos. Muchos enfrentamientos que a menudo aparecen en los niveles «oficiales» desaparecen cuando bajamos al nivel de cada persona, donde la fraternidad se encuentra a flor de piel.
 
 
La Doctrina Social de la Iglesia ha considerado siempre la cooperación internacional como un medio para construir un mundo más fraterno. Esta concepción está en relación con la justicia, la solidaridad y el sentido global de la responsabilidad, como una apuesta en favor del bienestar común de todos y cada uno, de manera que todos seamos verdaderamente responsables de todos. 
 
La apuesta es clara por una implicación social desde la libertad responsable, de modo que sea el amor el que inspire la convivencia social a todos los niveles, estructurando relaciones nuevas –entre personas, pueblos, países, estados–, idea que se recoge en el concepto de «caridad política» o política del amor.
 
 
El Papa emérito Benedicto XVI, en su encíclica Caritas in veritate, pone de relieve la emergencia de nuevos poderes que podrían jugar a favor del desarrollo a escala global. Concretamente, cita el poder creciente de los consumidores (democracia económica) y el turismo, como puente entre culturas. Según Benedicto XVI, la globalización debería estar al servicio de todas las personas y de todos los pueblos. Insta con urgencia a globalizar la solidaridad y el amor.
 
En un mundo incrédulo y desesperanzado, la evolución actual de la cooperación internacional es signo de esperanza. Es verdad que podríamos decir con el poeta «todo está por hacer y todo es posible» (Miquel Martí i Pol), y también «se hace camino al andar» (Antonio Machado), pero existe un camino abierto y las posibilidades están recluidas en el corazón de cada mujer y de cada hombre.




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