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¿Qué entiendo por misericordia?

Iñaki Guerrero Ostolaza

En términos psicológicos, lo que me dificulta vivir la misericordia son mis déficits de autoestima, mis sentimientos de culpa exagerados.


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No hace mucho me contaba una persona que había dado un giro a su vida y trataba de vivir coherentemente el Evangelio. Con el entusiasmo típico del neófito, afirmaba que había que ser exigente en el cumplimiento de las normas. Yo le recordaba que el centro del Evangelio es el mandamiento del amor, y él respondía que no podía haber amor sin justicia. 
 
Es cierto, pero la justicia humana y la divina no son iguales. La justicia humana razona: «Tú la haces, tú la pagas»; mientras que la divina dice: «Tú la haces, yo la pago». Efectivamente, el máximo de la justicia es la misericordia, que paga por la culpa ajena. Jesús ya pagó abundantemente por nuestras faltas y pecados.
 
 

Distintos conceptos 

 
El papa Francisco ha querido que este sea el Año de la Misericordia. Ahora bien, no todos tenemos el mismo concepto del término, pues, aun siendo de uso común, se le da un significado muy variado. El diccionario de la Real Academia lo define como «virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenos». Y también: «Atributo de Dios, en cuya virtud perdona los pecados y miserias de sus criaturas».
 
Tradicionalmente, sobre todo antes del Concilio Vaticano II, los cristianos fuimos educados a cierta ascética, virtud, perfección y fuerza de voluntad. En ese contexto, la misericordia aparecía como el perdón de Dios por nuestras limitaciones. Y es cierto, pero como dice el sacerdote canadiense André Daigneault en su obra Le chemin de l’imperfection (El camino de la imperfección), «el esquema de perfección humana basado en la voluntad y la ascética sigue una línea totalmente opuesta a la de la santidad que nos propone Jesús en el Evangelio». Jesús no nos pide virtud; nos pide amor, perdón, acogida… En una palabra, misericordia.
 
 

Conocerse para aceptarse

 
¿Quién es capaz de perdonar siempre, de mirar con misericordia los errores de los demás? El que es capaz de mirarse con misericordia a sí mismo. ¡Pero qué difícil es aceptarse imperfecto y pecador! Lo cual resulta lógico, porque hemos sido educados en una cultura exigente y perfeccionista, que ha generado en nosotros la idea inconsciente de que «solo quien hace las cosas bien es aceptable». Por eso nos resulta muy difícil reconocernos limitados, porque nos hace sentirnos indignos de ser amados por los demás y por Dios.
 
Aceptarse a sí mismo parte del conocerse. Solo puedo aceptar lo que conozco, por consiguiente he de tener una imagen objetiva de mí mismo para poder aceptarme. Por otro lado, en nuestra conciencia hay siempre hechos del pasado que no consigo aceptar, que me hacen sentir culpable, me producen dolor y remordimiento, y no soporto la idea de «haber caído tan bajo». 
 
Alguno podría pensar que eso es señal de sensibilidad de conciencia, pero como dice Chiara Lubich en un escrito de 1949, «me engaño diciéndome que es delicadeza de conciencia la obsesión que mis infidelidades me provocan. Por el contrario, se trata de orgullo superfino». Así es: la no aceptación de mis faltas y límites no es virtud; por el contrario, se podría decir que se trata de un vicio. San Francisco de Sales en una de sus cartas afirma: «Turbarse, desanimarse cuando uno ha caído en pecado, significa no conocerse a sí mismo». 
 
 

Sana autoestima

 
Debemos aceptar humildemente nuestras faltas y errores. Evidentemente, nadie está contento de ellos y trataremos de evitarlos o superarlos. Pero no son nuestras virtudes las que nos dan valor o nos hacen más dignos de ser amados, sino nuestra humildad en el reconocernos y aceptarnos imperfectos. 
 
Se podría decir que mi santidad está en aceptar que no soy capaz de hacerme santo por mí mismo. Solo así, en la medida en que creo en la misericordia de Dios y soy capaz de mirarme a mí mismo con misericordia, sentiré la paz interior y la serenidad, y por tanto seré capaz de ejercer la misericordia con los que me rodean.
 
Traduciendo esto en términos psicológicos, diríamos que lo que me dificulta vivir la misericordia con los demás son mis déficits de autoestima, mis sentimientos de culpa exagerados, mi tendencia al perfeccionismo… Elementos, todos ellos, que hacen difícil la aceptación de uno mismo y, por tanto, la aceptación de los demás. 
 
Una buena autoestima permite recibir serenamente las críticas, sin necesidad de defenderse, y permite aceptar los errores del pasado por muy graves que sean, porque soy consciente de que no me hacen menos digno de ser amado.
 
 

Preguntarse por qué

 
¿Qué puedo hacer para mejorar mi autoestima? Cuando me siento mal conmigo mismo debo preguntarme por qué y tratar de profundizar en el sentimiento, en la emoción: ¿Qué es lo que me hace sentir mal? ¿Por qué en determinadas circunstancias me siento enfadado, triste o nervioso? 
 
En general, nos encontraremos con que inconscientemente nos estamos juzgando mal, no nos creemos dignos de ser amados. Estos pensamientos, que podríamos llamar tóxicos, o no son ciertos o son muy exagerados, por lo que debemos tratar de razonarlos, no aceptarlos sin más. Este es un proceso que se debe repetir cada vez que se presenta la emoción negativa, preguntándonos por qué nos sentimos así. 
 
Haciendo esto, nuestra autopercepción inconsciente va cambiando y mejora nuestra autoestima, convenciéndonos poco a poco de que somos dignos del aprecio de los demás. Este proceso nos permite perdonarnos a nosotros mismos por nuestros errores. Y recordemos que solo si me perdono a mí mismo por ser como soy, seré capaz de perdonar los errores ajenos y podré aceptarlos incondicionalmente, como Dios hace conmigo y con ellos.




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