Un día me pasaron un enlace sobre un documental que me cautivó y es la historia que quiero presentar en esta columna.
Revenga, norte de Venezuela, municipio de unos 50.000 habitantes, desgraciadamente conocido por los problemas de drogas y delincuencia. Muchos jóvenes se ven abocados al robo y el tráfico de drogas. En febrero de 2003, tres delincuentes entran a robar en la finca Santa Teresa, propiedad del empresario Alberto Vollmer, dueño de una de las pocas empresas que mejoran la imagen de la región. Por poco no matan a Jimin, jefe de seguridad de la finca. Días después Jimin captura a uno de los delincuentes. La policía de la región aplica su propia «justicia» y determinan deshacerse del delincuente. Entonces Jimin, de acuerdo con Alberto, decide «negociar» con la policía y recuperar al ladrón llevándoselo a la finca.
El empresario se arriesga y le da una oportunidad al joven ladrón. Le propone reparar su falta trabajando para él durante tres meses sin sueldo. A cambio le ofrece techo y alimento. Días después, el delincuente le propone a Alberto traer a dos amigos. Unos meses después, veintidós compañeros, todos delincuentes, están trabajando para la empresa de Alberto: Ron de Santa Teresa.
Alberto se da cuenta de que puede ir un paso más allá y recurre al deporte de su juventud, el rugby, como un medio de reinserción. Con el rugby, que practican tras el horario laboral, Alberto inculca en los exdelincuentes valores como el respeto, la disciplina, el espíritu de equipo, la humildad, la comunicación. Así inicia en coordinación con agentes sociales el Proyecto Alcatraz, cuyo objetivo es la reinserción social y laboral de jóvenes conflictivos de Revenga.
No conforme con lo logrado, Alberto se arriesga aún más y visita a la banda rival de los delincuentes a los que había acogido, la Banda del Cementerio. Va sin armas, pese a los consejos que le habían dado. «Hay que generar confianza», dice el empresario. Allí, en medio de un poblado donde ni la policía osa entrar, Alberto les propone el Proyecto Alcatraz.