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articulo

El día después

Josep Bofill y Gaspar Bruguera

Al cierre de este número, Cataluña se encuentra todavía en plena campaña electoral para las elecciones del 27 de septiembre (27-S). Nos limitamos aquí a esbozar algunos puntos de reflexión sobre las cuestiones que las han precedido.


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Una ojeada a la evolución de las manifestaciones de la Diada desde 2010, tras la sentencia que recortó el Estatut y provocó el inicio de una escalada a favor de la independencia, hasta entonces opción minoritaria, siguiendo por la de 2012, en la que las banderas ya eran mayoritariamente estrelladas, y acabando en la de este final de verano, nos muestra un «cambio de pantalla» en una buena parte de la sociedad catalana. Según muchos, ya no es posible una marcha atrás.

Nos duele, y creemos que es el sentir de una amplia mayoría, que se haya llegado a esta situación entre las instituciones del Estado y las de Cataluña; también que desde un partido bastante representativo se haya llegado a utilizar descaradamente la palabra «odio» con actitud movilizadora y que altos representantes institucionales hayan utilizado expresiones más que despectivas para calificar la manifestación de la Via Lliure.

También nos duele que se haya llegado a reducir una compleja cuestión histórica, donde entran en juego sentimientos muy arraigados, a una especie de combate entre «buenos» y «malos», «los míos» y «los otros», «los de aquí» y «los de allá»... El hecho es que, cuando impera la desconfianza recíproca, el diálogo se vuelve imposible.

 

¿De quién es la culpa?

La lista de quejas podría ir en muchas direcciones. Nos limitamos a señalar solo dos. En el campo de la comunicación, buena parte de la prensa se ha vuelto

militante de una opción que sistemáticamente absolutiza y desacredita a la otra; en el de la política, se abusa de las declaraciones, se lleva la ley al propio terreno, se da mucho peso a las movilizaciones, se funciona con política de hechos consumados y se echa en falta una política volcada en mejorar la vida de las personas y los pueblos sin miedo a aliarse con quien haga falta, valorando lo que se tiene en común.

Llegados aquí podemos preguntarnos: ¿es posible escalar todavía la cumbre de la concordia?, ¿es ingenuo y utópico hablar del diálogo como la forma política por excelencia?, ¿somos unos soñadores?, ¿es imposible dejar de preguntarnos quién tiene la culpa?, ¿seguro que siempre es del otro?, ¿es posible abandonar esas medias verdades que ahogan la verdad entera?

 

La cultura del pacto

Para los catalanes la cultura del pacto es una tradición. La necesidad de «pactar» la tenemos en primer lugar nosotros en nuestra casa. De hecho, eso será más evidente el «día después» de las elecciones cuando, según los sondeos, ninguna de las partes tendrá una mayoría suficiente como para sacar adelante su proyecto sin contar con otras.

Además, el panorama actual, con dos ejes diferentes que se cruzan por varias bandas (derecha-izquierda, separación-unión, con todos los grados y matices que se derivan), lleva a pensar que en ningún caso será fácil gobernar a partir del 28 de septiembre, pues incluso aunque saliesen ganadoras, para sacar adelante el proceso las fuerzas independentistas deberían pactar el «cómo».

Es en estos puntos, gobernabilidad y proceso independentista, donde la política auténtica tendrá la posibilidad de estar a la altura que todos esperamos, aunque sea fruto de la necesidad.

 

Ola independentista

Dicho esto, la persistente fuerza de la gigantesca ola independentista es evidente. Un gran error de los gobiernos centrales ha sido no tomar en serio hasta las últimas semanas la voluntad de esos centenares de miles de personas que desde 2010 hasta el 11 de septiembre de 2015 se han manifestado civilizada y masivamente en Barcelona y por toda Cataluña. Ciertamente, en todos los lados falta sensibilidad –no olvidemos que no estamos ante dos polos, en una situación binaria– y son pocos los líderes, políticos o de opinión, atentos a no provocar afirmaciones que no puedan asumir los del otro bando. Poca autocrítica y mucho griterío.

Así mismo, observando dónde se pone el foco, el énfasis y el tono, en Cataluña algunas voces no son conscientes de que más allá del Ebro hay mucha gente y muchos pueblos a quienes de verdad les duele, les hace daño la posible independencia, ya sea por razones emotivas, familiares, históricas... Se hacen demasiadas generalizaciones y comentarios que confunden la parte (el poder) con el todo (el pueblo).

Pero no podemos perder la perspectiva global y seguimos sin entender que muchas instituciones no consideren el fenómeno como un hecho que necesita un tratamiento político, con todo lo que ello significa. Muchas personas, en Cataluña y fuera de ella, nos preguntamos si no hay otra respuesta para este anhelo que darle carpetazo, ya sea con la Constitución o con el Código Penal en la mano.

 

Espíritu de fraternidad

Somos muchos los que queremos que el espíritu que anime todas nuestras acciones, individuales y colectivas, sea siempre el de la fraternidad universal: fraternidad entre las personas, entre los pueblos, entre todos los pueblos comenzando por el propio; no por narcisismo colectivo, sino para que le resulte agradable a quien ahí vive, abierto y acogedor a quien lo visita y en condiciones de poder donar a otros la riqueza de su diversidad.

Quienes se esfuerzan por vivir la fraternidad universal, a la hora de votar habrán dispuesto de un poderoso motivo inspirador: optar por quienes a su parecer puedan contribuir mejor a promover la fraternidad en todos sus aspectos y dimensiones; y lo habrá hecho desde la paz y la libertad interior, dejándose guiar por ellas.



Josep Bofill es gerundense residente en Barcelona y colaborador de Ciutat Nova.

 

Gaspar Bruguera, natural de la provincia de Barcelona, ha vivido durante 15 años en Madrid, donde reside actualmente.



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