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Cofundador de Ciudad Nueva

Félix Mercado

Ha fallecido Pasquale Foresi, cofundador de Ciudad Nueva y del Movimiento de los Focolares.


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No ha sido una «pérdida» cualquiera la de Pasquale Foresi, fallecido en Rocca di Papa (Roma) el pasado 14 de junio a la edad de 85 años. Cofundador con Chiara Lubich en 1956 de Città Nuova, la edición italiana de nuestra revista, así como de la editorial tres años después, Pasquale Foresi fue, de hecho, el principal colaborador de Chiara Lubich desde 1950, sobre todo en lo que respecta a la «encarnación» o concreción del carisma de la unidad del que era portadora la joven de Trento.

Desde aquel año se le vio constantemente al lado de Chiara desempeñando un papel especial en el desarrollo de los Focolares. Entre otras cosas, contribuyó a redactar los estatutos del movimiento, al nacimiento de los estudios teológicos que emanan de la espiritualidad de la unidad, a poner en marcha la revista y la editorial italianas de los Focolares (modelo para otras 38 revistas y 25 editoriales en todo el mundo), a construir el primer Centro Mariápolis en Italia (luego habría muchos más en los cinco continentes) y a realizar la ciudadela de Loppiano (modelo para otras 32 en todo el mundo). Por esas aportaciones fundamentales Chiara misma siempre lo consideró como uno de los cofundadores del movimiento, junto a Igino Giordani y al obispo alemán Klaus Hemmerle.

Fue durante sus años en el seminario

de Pistoia, cuando pasaba por una intensa búsqueda interior y sentía una fuerte necesidad de conjugar Evangelio y vida, cuando algo cambió su existencia. Corría el mes de noviembre de 1949. Así lo cuenta él mismo:

«Llamaron a la puerta. Desde mi estudio oí decir a mi anciana tía María, que se había quedado conmigo mientras el resto de mi familia estaba de viaje: “¿Cómo es que llega hoy, señorita? La reunión era para ayer. Hoy no hay nadie; se han ido todos”». El joven Pasquale se quedó atónito al oír cómo hablaba, pues consideraba que había que tener un mínimo de cortesía con una persona que había viajado a propósito desde Roma. Así que se levantó y fue a ver quién era esa persona que había llamado a la puerta. Se trataba de una joven con una larga trenza rubia, Graziella De Luca, una de las primeras focolarinas. El padre de Pasquale, diputado en el parlamento italiano, la había invitado a un encuentro con la élite católica de la ciudad. La atendió «por puro sentido de hospitalidad –confiesa Pasquale–, pues a mí los focolarinos, de quienes ya había oído hablar en casa, me parecían unos ilusos».

Pasquale se encontró ante una sencilla muchacha sobriamente vestida: un toque de «normalidad» que le sorprendió positivamente. Se ofreció para presentarle al responsable de los universitarios católicos para que organizase una reunión para esa misma tarde. De camino a la reunión, se le ocurrió preguntarle a Graziella sobre el nuevo movimiento, no porque le interesase mucho, sino por entablar una conversación. Y ella, con gran naturalidad, en medio de los puestos de la plaza del mercado, le respondió: «Tratamos de vivir en medio del mundo según el modelo de la Trinidad». Pasquale se quedó estupefacto ante semejante respuesta. «Hablar de esa forma, en medio de la gente –cuenta– era realmente extraño. Si alguien nos hubiera oído, habría pensado que estábamos locos... Y sin embargo, las palabras de Graziella expresaban algo real en su vida; no sonaban como algo que se hubiera aprendido de memoria».

Estimulado por esa respuesta tan inesperada, aunque era tímido, Pasquale se animó a plantear más preguntas. Y las respuestas eran cada vez más desarmantes por su sencillez. Por eso decidió quedarse en la reunión a pesar de que tenía otros planes. Graziella habló sobre los orígenes de los Focolares. «Me conquistó aquella narración –explica Pasquale–, pues me di cuenta de que expresaba precisamente esa vida de Jesús que tanto me había impresionado cuando estudié a fondo el Evangelio. Tanto fue así que luego, en medio de las preguntas de los asistentes, casi todas sobre la organización de los Focolares, vencí mi timidez e intervine para decir que no tenía que interesarnos tanto la organización del movimiento cuanto la experiencia de vida de quienes formaban parte de él».

Al final Graziella, fallecida también recientemente, se quedó en casa de los Foresi un día más, y Pasquale y ella hablaron largo y tendido –¡siete horas!–. El joven seminarista, si bien estaba impresionado por las palabras de la muchacha, estaba convencido de que antes o después el movimiento entraría en conflicto con la Iglesia oficial, pues era demasiado radical e innovador. «Entre otras preguntas –prosigue Pasquale en su narración–, le hice también esta: “¿Qué significa para vosotros la Eucaristía?”. Y ella, con la misma espontaneidad exhibida hasta ese momento, le respondió: “¡Para nosotros es tan importante que si pudiésemos, la recibiríamos dos veces al día”!».

Graziella no podía sospechar la profunda prueba interior por la que estaba pasando su joven interlocutor con todas sus dudas sobre la Iglesia; sin embargo, le acababa de dar una respuesta que resultó para él un «golpe de gracia». Para que exista la Eucaristía –pensó Pasquale–, se requiere el sacerdocio y la jerarquía. Entendió que no se podía separar a Cristo de su Iglesia. «La Iglesia somos todos –se dijo a sí mismo–, cada cual con su responsabilidad. Entonces, no solo tienen que cambiar los demás; yo también. He de empezar una vida distinta».





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