Malala Yousafzai y Patricia McCormick, Alianza Editorial, Madrid 2014, 272 págs.
«Yo soy Malala», afirma ella con fuerza, convicción y autoridad en las primeras páginas de su libro Malala. Mi historia. Esta chica paquistaní, que sufrió un atentado de los talibanes el 9 de octubre de 2012, cuando solo tenía 14 años, se nos impone en esta autobiografía con una madurez y una autoridad moral impresionantes. Una historia de solo 16 años que parece la de una persona que hubiese vivido una vida larga y plena.
En efecto, a los 11 años se yergue en defensa del derecho a estudiar de las niñas de su pueblo, Mandora, en el norte de Pakistán, a pocos kilómetros de donde fue encontrado Bin Laden. Porque estudiar es precisamente lo que esta chica musulmana quiere, como muchas otras, y empieza a escribir su diario en un blog que llegará a ser transmitido por la BBC.
En él reivindica el derecho de todas las niñas a saber, desafiando la prohibición de los talibanes que habían tomado su valle, cerrando y destruyendo las escuelas. La apoya en esta reivindicación su padre, un apasionado por la educación que ha creado dos escuelas que él mismo dirige, una para niños y otra para niñas, pues defiende valientemente el derecho de las mujeres a ser instruidas.
Malala tiene una visión de la vida de una sorprendente madurez. «De la violencia y la tragedia surgió la oportunidad», escribe después del
atentado, cuando es trasladada a Birmingham (Inglaterra), donde es curada de sus gravísimas heridas. Allí, donde ahora vive con su familia, empieza otra etapa. «¡Puedo ver! ¡Puedo oír! ¡Puedo hablar! ¡Puedo ir al colegio y puedo pelearme con mis hermanos! He tenido una segunda oportunidad en la vida. Y estoy viviendo la vida que Dios quiere para mí».
Esta es Malala, el premio Nobel de la Paz más joven de la historia. Hace mucho bien leer su biografía.