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El diálogo, antídoto contra el fundamentalismo religioso

Ángela Aláez

Hace tan solo unas semanas la sociedad entera quedó conmovida por el brutal asesinato de 149 universitarios en Kenia. ¿El motivo? Declararse cristianos.
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Pero este hecho, que nos recuerda a la primera época de la Iglesia en Roma, no es, por desgracia, un caso aislado. En países como Corea del Norte, China, Somalia o Iraq aumenta cada día el número de personas perseguidas por su fe. En total, más de 480 millones de cristianos en todo el mundo viven en esta difícil situación.
El mismo papa Francisco recordó esta Semana Santa que «los mártires de hoy son muchos». «Más incluso que en los primeros siglos», decía. Ya en Navidad, Francisco escribió una carta a los cristianos perseguidos de Oriente Próximo mostrándoles su apoyo, ofreciéndoles un mensaje de esperanza e invitándoles a ser ejemplo y «testigos de Jesús en medio de las dificultades». Además, proponía la comunicación entre los grupos de distintas religiones como solución a los extremismos.
Ahora, bajo el lema «Je suis kenyan», que nos recuerda al famoso «Je suis Charlie», está surgiendo toda una corriente en defensa de la libertad religiosa. Tras el atentado en la redacción parisina de la revista satírica, tanto los medios de comunicación convencionales como las redes sociales dieron su apoyo público a las víctimas y su voz a la defensa de la libertad de prensa. Pero en esta ocasión muy pocos han levantado la voz. Por eso, con la misma estructura del mensaje de apoyo a Charlie, se está criticando que en Occidente parezcan importar unas muertes más que otras.
Pero más allá de estas cuestiones, que sin duda hacen reflexionar, importan los testimonios de los chicos supervivientes, que nos revelan cómo sus compañeros fueron verdaderos mártires del siglo XXI. Estos jóvenes decidieron dar su vida por Cristo. Decidieron ser coherentes con su fe hasta sus últimas consecuencias. Pudiendo declararse musulmanes para salvar su vida, optaron por seguir a Cristo hasta el final.
No obstante, la persecución toca también a Occidente, aunque sea en una escala distinta. Muchos jóvenes cristianos, inmersos en un mundo altamente secularizado, son hoy despreciados por sus compañeros y por la sociedad que les rodea. Su experiencia nos ayudará a ver que se puede ser firme también en una parte del mundo en la cual las armas son las palabras. Armas que pueden dividirnos, pero también ser nuestro punto de unión, nuestro punto de partida para «iniciar una charla», como bien dice nuestro papa Francisco.





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