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articulo

«Tengamos la fiesta en paz»

Josep Bofill y Juan Fernández

En un ejercicio de diálogo entre ellos, los autores de estas colaboraciones ofrecen sus reflexiones a propósito del tema catalán.


El desencuentro

«Pero, por favor, no os pongáis a hablar en catalán. Tengamos la fiesta en paz». Eso le dijeron a un amigo mío unos familiares de fuera de Cataluña cuando les comunicó que la boda se celebraría en Barcelona. No deja de ser una anécdota, pero tampoco es infrecuente.

 

¿Por qué sigue pasando? No obstante la constitución consagre desde hace 35 años la tutela y promoción de todas la lenguas del Reino de España, aún hay quienes –sin duda de buena fe– perciben como una provocación que hablemos en catalán entre nosotros cuando hay otros alrededor que no lo hablan. Y si me pongo en la piel de mi amigo, veo claramente que la provocación la hace quien –también de buena fe– te pide que no hables tu idioma con tu gente cuando él vaya a tu casa.

 

Esta situación no es general, pero mi experiencia, la de muchos amigos, la de mis hijos... me dice que no hemos avanzado mucho. Lo triste es que lo que para mí es natural, otros que no viven muy lejos lo perciben como una provocación. Y viceversa. No hace falta poner ejemplos de este tipo sacados de los medios de comunicación o la esfera política, porque lo difícil es encontrar excepciones.

 

En manifestaciones como la Diada, para mí es un gozo ver a tanta gente entusiasmada que, sin acritud –he participado tres años y nunca he oído un insulto–, han decidido pasar página. Para otros –entre ellos muy buenos amigos míos– se trata de unos exaltados que están manipulados. Yo, personalmente, veo una muchedumbre de ciudadanos que, al constatar que el muro es inquebrantable, han decidido saltarlo; personas que, lideradas en buena parte por mujeres, que saben trabajar de forma discreta, eficaz y en equipo, empujan a sus representantes políticos con estrategias y herramientas modernas, democráticas y pacíficas. ¿Cómo es posible que ante esta fuerza civilizadamente desbordante la respuesta institucional sea siempre un no rotundo y habitualmente desde una pantalla, sin opción a preguntas?

 

El ninguneo o la reducción del asunto a mera cuestión legal ahondan en el sentimiento de humillación e injusticia, que ha sido el gran desencadenante del “cambio de rasante” de muchos catalanes. Y cuando un pueblo responde a estos sentimientos de forma proactiva, cuesta mucho entender tal respuesta. ¿Realmente hay quien cree que todo este movimiento viene del capricho de un presidente? A estas alturas la capilaridad y transversalidad del movimiento deberían como poco cuestionar ese axioma tan repetido. Estamos ante un movimiento que viene de lejos y empuja hacia arriba desde abajo.

 

Entre las causas de la cristalización y el arraigo popular del desencuentro, para mí está claro el papel de los medios de comunicación. Ninguno es inocente. La presentación unilateral del hecho y la frecuente agresividad hacia casi todo “lo catalán” por parte de grandes grupos de comunicación ha contribuido a generalizar el desencuentro en la calle.

 

Malos entendidos como el que veíamos al principio no se resuelven en un día. Me atrevo a sugerir que, aunque no sea lo más cómodo, no demos por descontado todo lo que nos cuentan y contrastemos la información que de un mismo hecho nos llega desde distintos ámbitos (ideológico, geográfico, etc.), dispuestos a cuestionarlos. Si pasáramos de la provocación a la invitación, quizás podríamos empezar a «tener la fiesta en paz».

Josep Bofill (Barcelona)

 

Moltes gràcies

Amar la cultura del otro me ha llevado a participar en manifestaciones culturales de las ciudades y países que he visitado. Aprender palabras y frases en otras lenguas ha sido algo habitual en mis viajes por el deseo de descubrir el alma de las ciudades y de sus gentes. En otras personas de mi entorno es también habitual el interés por la cultura de las ciudades que visitan. Pero cuando se trata de una localidad próxima, del pueblo de al lado…, hay animadversión, rechazo. Algo similar ocurre con Catalunya y con lo catalán. ¿Por qué? No creo que los años de democracia compartidos tengan la culpa.

 

Emisor y receptor son elementos de la comunicación. Si ambos tienen voluntad de entenderse, lo logran. He presenciado a un camarero, sin formación en idiomas, entender y hacerse entender por holandeses, belgas, alemanes… A los elementos de la comunicación hay que añadir la capacidad de escucha y la voluntad de entenderse.

 

Reivindicar lo propio no está reñido con la apertura hacia el otro. Lo diferente, lo diverso, enriquece tanto a un individuo como a un colectivo, a una ciudad como a una región, a un estado y a un conjunto de estados que “juntos” construyen un proyecto común abrazando fraternalmente la diversidad. El respeto es un bumerán que va y viene; si no es así, es “un palo”.

 

Las celebraciones de la Diada dejaron entrever el sentimiento del pueblo catalán con sus distintas sensibilidades. Una mayoría manifestó su deseo de independencia y una minoría reafirmaba su voluntad de seguir unidos al resto de España. Respetables ambas celebraciones, expresan sentimientos encontrados.

 

¿Podemos reducir el “problema catalán” a una cuestión legal? No. La convivencia en cualquier institución se rige por unas normas que proponemos y consensuamos para luego cumplirlas. Cuando es necesario, se modifican los aspectos obsoletos; y cuando se comprueba que esas normas ya no sirven para la finalidad por la que fueron redactadas, se cambian. Pero mientras tanto, son un pilar básico de la convivencia que todos debemos respetar.

Una parte del pueblo catalán ha mostrado su descontento con las normas y pide que se revisen. Si pudiera expresarlo en catalán, diría que m’agradaría poder escoltar bé; vull entendre el que esteu dient [me gustaría poder escuchar bien; quiero entender lo que me estáis diciendo]. Quisiera desarrollar mi capacidad de escucha para abrazar y comprender el sufrimiento que he visto en algunos rostros de catalanes.

Las dudas sobre el futuro de Catalunya y de España, haya o no haya consulta, se ciernen sobre todos. ¿Seremos capaces de tener la fiesta en paz? Yo empezaría por felicitar a los novios que decidieron casarse en Barcelona: Visca la núvia i el nuvi! [¡Viva la novia y el novio!]. Y a los anfitriones catalanes, les diría: Moltes gràcies; m’agrada Catalunya [Muchas gracias, me gusta Cataluña]. Y pagaría una ronda de cócteles a base de empatía. Eso sí, servida con mucho hielo picado. Bon profit!

Juan Fernández (Caravaca, Murcia)





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