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Nuestra propina

Roberto Almada

Tres ejercicios que apenas consumen una hora diaria y nos permiten evitar el desaliento.
Después de escribir el libro El cansancio de los buenos para la editorial Ciudad Nueva, me he encontrado con mucha gente cansada o interesada en no cansarse. Frecuentemente, en cursos o conferencias, los participantes me piden que ofrezca algunos consejos fáciles de actuar y recordar para preservarse del desgaste de la vida laboral, social y familiar. En base a estos requerimientos me propuse buscarlos. Para que sean fáciles de recordar tendrían que ser pocos y sencillos, y para que sean factibles, no tendrían que ocupar mucho tiempo de nuestra jornada. Por otro lado, estos consejos deberían ser medianamente eficaces para prevenir el desaliento o el desgaste, tanto del cuerpo mismo como en lo psíquico y espiritual. En algunos países la propina es un porcentaje del costo total de un servicio. El consejo que les ofrezco, pues, es darnos una propina de autocuidado en medio de nuestra fatiga laboral. Les propongo dedicar veinte minutos diarios en tres acciones bien definidas. En total una hora, un 4% del día. ¿Es posible apropiarnos de una hora del día para cuidarnos? Si no cree poder emplear ese tiempo, no siga leyendo. Una hora es un tiempo mínimo; con menos de eso estaríamos en el caso de una propina que no alcanza para nada y que, para quien la recibe, resulta más antipática que útil. La hora del autocuidado tiene tres partes de veinte minutos cada una: veinte minutos para el físico, veinte para la reflexión espiritual y otros veinte para la comunicación interpersonal. Actividad física Realizar actividad física diariamente le sirve a nuestro organismo para mantener sus funciones metabólicas, mantener el peso a raya, no perder elasticidad y movilidad y hasta es una buena prevención de las depresiones y ansiedades. La Organización Mundial de la Salud nos alerta sobre algunos mitos con respecto a la actividad física. Son ideas preconcebidas que nos disculpan de la desidia con la que tratamos nuestro cuerpo. Éstas son: mantenerse en forma es caro ya que se precisa ropa y equipo especiales y pagar un coqueto gimnasio; la actividad física requiere mucho tiempo y no es apta para personas muy ocupadas; es para quien está en la flor de la vida, es decir, jóvenes y niños, y no para personas maduras; es necesaria en países muy industrializados, etcétera. La razón nos ayudará a superar cada mito. Nuestros veinte minutos para el físico podrían emplearse, por ejemplo, en caminatas. Es barato, bastan unas buenas zapatillas; el lugar para hacerlo es relativamente fácil de encontrar, tanto para los que viven en la ciudad como en el campo. Buscar en la agenda diaria esos veinte minutos para caminar a un ritmo constante y a paso ligero para aumentar el ritmo cardíaco, pero sin dificultar el habla o la respiración. Puede ser en familia, en el parque, cuando vamos a buscar a los niños al colegio o yendo al trabajo, bajándose del autobús unas paradas antes. No usemos el coche para ir a hacer recados a lugares cercanos. Reflexión espiritual No sólo la vida corporal necesita ser alimentada. Somos seres psíquicos, existenciales y espirituales. Conocer nuestras emociones, los pensamientos que generan decisiones y la realidad trascendente se hace necesario cuando estos tres elementos figuran en nuestra vida como fantasmas inconscientes muchas veces ignorados. Está de más decir que nuestra inteligencia emocional, racional y espiritual necesitan ir a la escuela para que no se queden subdesarrolladas y con esta pobreza interior se nos haga difícil alcanzar una plenitud existencial, a la que comúnmente llamamos felicidad. ¿Cuál es la propuesta? Dedicar veinte minutos a ese fecundo encuentro con nuestra intimidad. Para ello necesitamos un poco de silencio, por lo tanto, busquemos en el día esos momentos en que nos quedamos solos, apaguemos el móvil y mediante una lectura, escuchando música suave, contemplando una imagen (religiosa o simbólica) u orando, dejemos pasar por la mente aquellas cosas que nos han tocado y que actualmente nos tocan en la vida. Dejemos que la lectura, la música, la imagen visiten esos hechos. ¿Cómo nos sentimos con esto? ¿Cuál es la actitud justa para encarar eso que se ilumina desde las profundidades de mi ser? ¿Cómo me puedo proyectar? Como conclusión, puedo escribir una frase en un papel que recuerde ese momento. Comunicación interpersonal Nuestras habilidades relacionales necesitan ejercicio. Encontremos veinte minutos al día para tener una comunicación profunda con alguien, una persona cercana. Seamos un don de escucha profunda o un don de comunicación. Si nos toca escuchar, hagámoslo profundamente, evitando distraernos en los detalles del relato, en nuestra comprensión de lo sucedido, en la respuesta que podríamos dar. Evitemos interrumpir y hablemos sólo para decir si hemos entendido o no, e intercalar preguntas simples que ayuden al otro a seguir profundizando su comunicación. Si nos toca hablar, comuniquemos las cosas que nos han ocurrido, felices o dolorosas, yendo más allá de la crónica. ¿Cómo las viví? ¿Qué emociones y sentimientos me conmovieron? ¿Qué significado tiene lo que pasó para mi vida, mis decisiones, mis proyectos? Esta hora dedicada a la vida física, la reflexión y la comunicación serán un ejercicio que nos llevará a grandes proezas perdurables en el tiempo. Probablemente pasaremos el invierno sin tantos resfriados; conociéndonos, sabremos hasta dónde podemos dar, que es seguramente más de lo que imaginamos, y la comunicación profunda nos abrirá a relaciones positivas y plenas. El camino para alcanzar todo esto comienza con decisiones pequeñas pero firmes. Nadie cambia su vida si no cambia algo, por insignificante que sea, en lo concreto y lo cotidiano, y lo mantiene con constancia.



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