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El arte de Fons

Sebastián Minot

Recordando a Aldo Stedile, conocido en el ámbito de los Focolares porque, junto con Marco Tecilla, formó el primer focolar masculino.
«Tenía 23 años y estaba saliendo con una chica, un verdadero ángel, con la que pensaba formar una familia. También tenía otro gran sueño: ser pintor, un artista. Había heredado esta inclinación de mi padre, a quien también le gustaba el arte. Cuando descubrió que, siendo yo un crío, tenía aptitud para pintar y dibujar, me estimuló todo lo que pudo. Recuerdo que me llevaba a visitar ciudades y museos para que admirase las obras de arte de los grandes maestros. Así fue como me surgió una pasión tan grande por el arte que soñaba con convertirme en otro Miguel Ángel… Por desgracia no pude ir a la Academia de Florencia a causa de la guerra y cuando ésta acabó, tuve que ponerme a trabajar para ayudar a mi familia. Pero la pasión por el arte no se había apagado…». Así empieza su historia Aldo Stedile, uno de los primeros en constituir el focolar masculino, siguiendo a Chiara Lubich y a sus primeras compañeras de Trento. Un verdadero pionero del Movimiento de los Focolares que, a finales de los años cuarenta, tuvo el valor de cambiar su proyecto de vida y arriesgarse por un camino aún desconocido. Aldo, que falleció el 30 de septiembre pasado a los 88 años, prosigue su relato: «En aquel periodo un padre capuchino de Rovereto nos invitó a mí y a otras seis o siete personas a casa de una familia para conocer a una tal Vale Ronchetti, que había llegado de Trento. Ésta nos habló de la experiencia de Chiara y otras chicas y de su descubrimiento: Dios Amor. Por Él lo habían dejado todo y vivían por los demás, y no para sí mismas. Es imposible imaginar el efecto que produjo en mí esta historia. La reunión terminó hacia las 11 de la noche, pero para ir en bicicleta desde Rovereto a Terragnolo, mi pueblo, pedaleé hasta las 5 de la madrugada, cuando normalmente empleaba 40 minutos como mucho. Estaba encantado con lo que había oído y porque había descubierto que había jóvenes, como yo, que habían tenido el valor de dejarlo todo por Dios, incluso las cosas más hermosas, mientras que yo vivía para mí mismo y en función de mis planes de futuro. »No me quedé tranquilo hasta que, al día siguiente, volví a ver a Vale para que me contase más cosas. Fue entonces cuando al conocer la esencia del ideal que vivían Chiara, Graziella, Natalia y otras chicas, percibí con claridad que había llegado el momento de tomar una decisión. Aquél día, de hecho, Jesús me estaba diciendo a través de Vale: “Ve, vende todo lo que tienes, y luego ven y sígueme”. Aquella noche, en casa, mirando el cuadro que estaba terminando, un retrato que me había encargado un señor de Trento, me pareció estar ante algo de la prehistoria, algo que ya no me pertenecía. Ya no fui capaz de coger los pinceles y terminarlo, pues lo que había sucedido dentro de mí era demasiado fuerte. »Y cuando tuve que decírselo a mi novia, ella (ciertamente era un ángel) me escuchó y luego me dijo: “Esto puede se una llamada de Dios; en tal caso tienes que sentirte libre”. Lloramos, pero cada uno siguió su camino. Luego, junto con Carlo, un amigo de Rovereto, fuimos a Trento a conocer a Chiara y decidir qué teníamos que hacer con nuestra vida. Ella, tras asegurarse de que queríamos seguir a Dios en serio, nos dijo: “Poneos de acuerdo con Marco”. Y con Marco, que ya había empezado a vivir como las primeras focolarinas, formamos el primer focolar masculino». Después de Trento, Aldo fue uno de los constructores del Movimiento de los Focolares en Roma, luego en Bélgica, Suiza, Austria y Alemania, donde vivió durante veinte años antes de regresar a Italia. En Alemania, junto con Bruna Tomasi, una de las primeras compañeras de Chiara, hizo fructificar sus dotes de optimismo y refinada sensibilidad para que naciese la pequeña ciudad piloto de Ottmaring, cerca de Augsburgo, un lugar donde conviven luteranos y miembros de los Focolares, que ha llegado a ser con el tiempo un ejemplo de diálogo ecuménico. Tanto en Ottmaring como en otros lugares Aldo ha dejado su huella inconfundible, sintetizada en el programa de vida que Chiara Lubich le indicó con el nombre con el que también es conocido: Fons (fuente), y con una frase del Evangelio de san Juan: «De lo más íntimo de quien cree en mí brotarán torrentes de agua viva». Éste ha sido su arte, como lo demuestra la respuesta a una focolarina que le había pedido consejo a propósito de su pasión por el arte: «Buenos pintores siempre los habrá, igual que los ha habido en el pasado. ¡Pero hoy hacen falta santos!». La fuente de su desbordante alegría está contenida en esta confidencia: «He aprendido que no hay que cejar nunca, que tras toda dificultad hay que levantarse, reanudar la marcha y tener el valor de volver a empezar, pues eso es lo que pide el amor a Dios. Dios nos ha tomado la palabra y nos hará pasar por todo tipo de circunstancias, pero quiere llevar a término su obra en nosotros».



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