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articulo

Del buen gobierno

Javier Rubio

De la insatisfacción a la indignación. ¿Por qué esa fractura entre instituciones políticas y ciudadanía?
Desconfianza y distanciamiento de la cosa pública por parte de la sociedad podría estar señalando un ánimo democrático exigente, pero también una profunda crisis de la relación entre las instituciones y la ciudadanía. Hablamos con Joxan Rekondo, exalcalde de Hernani y miembro de Hamaikabat (H1!), partido político activo en el País Vasco cuyo nombre significa «Muchos en uno». –La brecha entre las instituciones políticas y la sociedad deja ver que aquéllas no dan respuesta a las necesidades sociales. ¿Es por falta de adaptación o se ha degenerado la relación entre instituciones y sociedad? –La visión más benévola apunta a que se ha producido una rapidísima evolución de la sociedad y sus valores, mientras que las instituciones se han quedado en un diseño constitucional petrificado, que fue útil en su día, pero ha quedado obsoleto. Hay quien añade también factores degenerativos de tipo cultural, que causan mayor inquietud y por tanto constituyen una razón más apremiante para afrontar una regeneración política. –¿Me estás hablando de los partidos? –El sistema de partidos vigente se apoya en un pacto constituyente que blindó su actividad y les otorgó una inmunidad bajo la que se han bandeado las oligarquías internas, que han copado las instituciones públicas y han practicado una gobernanza no inclusiva, a la que han tenido más fácil acceso unas élites. Algunos autores, refiriéndose al sistema español, hablan precisamente de «élites extractivas» y opinan que la corrupción es una manifestación reprobable de un sistema que portaba en su origen los vicios que lo han desgastado. –Lo que dices deja muy mal a la clase política… –A mí me llama la atención la facilidad con que los propios políticos han aceptado el término «clase política». En primer lugar, implica reducir lo político a la actividad de unos pocos. En segundo lugar, supone un corte estamental que refleja la imagen de unos intereses segregados del bien común social. Y en tercer lugar, subestima la idea de autoridad democrática, originalmente vinculada a su raíz popular. –Vale, ¿pero toda la culpa es de las instituciones y sus ocupantes?¿Es que no le corresponde hacer nada a la sociedad? –Los estudios de opinión muestran cada vez más insatisfacción social con los responsables públicos, y hoy se ha transformado en indignación. Ahora bien, hubo un tiempo en que la desconfianza y el distanciamiento social se malinterpretaron como síntoma de calidad democrática, de una sociedad que basculaba entre una actitud exigente y un ánimo satisfecho. Pero bajo aquel distanciamiento y aquella desconfianza latía ya un profundo problema de instituciones y de ciudadanía. –Esto nos llevaría a replantear el sistema democrático… –Entiendo que hay dos visiones de la política democrática, que pueden presentarse con más o menos pureza, o entremezcladas. Una ve la relación entre política y ciudadanía como algo comercial: el mensaje como producto de consumo, la campaña como marketing publicitario. En este caso la política sería propia de un estamento social, la «clase política», que en los momentos electorales buscaría activar a una ciudadanía pasiva. La otra visión entiende que política y ciudadanía están interrelacionadas por un vínculo de comunicación y compromiso. Ésta requiere dos condiciones: instituciones abiertas que rinden cuentas y buscan la integración política con sus ciudadanos, y una sólida cultura cívica. Nos estamos inclinando peligrosamente hacia la primera versión. –Recapitulando, ¿a quién corresponde, entonces, revertir este proceso de deterioro? –Es necesario un «nuevo modo de organizar la sociedad», una nueva forma de hacer política y economía en función de la nueva sociedad, un modelo basado en la solidaridad y centrado en las personas. Sólo que no sé si ahora los modelos sirven. Los modelos políticos, por lo menos, se presentan como estructuras únicas, perfectas y cerradas. Partiendo de un modelo es complicado articular el respeto a las diversidades, por eso es preferible hablar de «experiencias revisables». Si el «modelo» no sirve para alimentar una fraternidad cotidiana, hay que desecharlo. –Cuando dices «modelos», ¿estás hablando de instituciones? –Se pueden crear nuevas instituciones o corregir el funcionamiento de las que hay para impedir el abuso de poder. Para eso son útiles los dispositivos de freno y contrapeso, que reparten el poder mediante una división horizontal (como dice Madison, «la ambición que contrarresta a la ambición»), y ampliar los cauces de control y participación vertical (popular). Es importante remarcar esto en este momento de crisis, porque la demagogia sobre ahorrar costes lleva a que la centralización y la simplificación de poderes institucionales que ejercen de contrapeso sea aceptada por una parte de la opinión pública. Ahora bien, caben las reformas estructurales, pero el factor decisivo es el cultural. La democracia, igual que toda creación humana, la construyen personas y grupos sociales. Ellos tienen la responsabilidad más importante a la hora de realizar una nueva convivencia democrática, integradora y solidaria. –¿Cómo te imaginas el paradigma del buen gobierno? –Buen gobierno no significa sólo establecer y aplicar protocolos para una administración eficiente, implica también rendir cuentas mediante mecanismos de participación y transparencia. La política española no llega al aprobado en esta materia. España es el único estado europeo con más de un millón de habitantes que no se obliga a la transparencia, que no reconoce el derecho del ciudadano a la información sobre sus administraciones, los cuales consideran que «el silencio administrativo» es negativo. Y no creo que sea imprescindible una ley de transparencia, pues la transparencia es un principio inherente a la administración democrática. No hay democracia sin información. –Y ¿de qué información estamos hablando? –De la información institucional básica: datos biográficos y retributivos de políticos y funcionarios relevantes, registros de bienes e intereses, normas y reglamentos, información contable y presupuestaria, contratación de obras, bienes y servicios, registros de contratistas y proveedores… –¿Hay ciudadanos verdaderamente interesados en eso? –Bueno, esta palanca es eficaz en manos de una sociedad activa, capaz de organizarse más allá de la protesta. Como María Pilar Wences Simón, estoy convencido de que «toda discusión sobre la calidad de la democracia pasa por la consolidación de una sociedad civil fuerte». –¿Qué me dices sobre las finanzas de los partidos? –Ese debate no está cerrado. Hay quien cree que deben contar únicamente con financiación privada, que sería objeto de desgravación fiscal (modelo italiano), y otros creen que sólo deben nutrirse de las arcas públicas. En cualquier caso, las finanzas de los partidos deben estar abiertas en canal para que sean objeto de control social. La gente debe saber a quién pertenecen los partidos. El oscurantismo está relacionado con la falta de democracia interna de los partidos y, por supuesto, con la corrupción. –Volviendo al tema de la regeneración, ¿no son los partidos los primeros interpelados? –Sin duda. Los partidos encauzan la participación política y designan a los responsables de las instituciones. Si los partidos se cierran en sus aparatos, avanzará la deslegitimación democrática; pero si prevalecen la responsabilidad pública, el mandato popular y la rendición de cuentas por encima de la disciplina partidista y el abuso de poder, entonces caerá una de las más importantes causas de la insatisfacción democrática. –La idea de la fraternidad es atractiva, pero siempre nos topamos con el escollo de la diversidad. ¿Por qué? –Porque es difícil conciliar la vigencia de modelos con la diversidad existente. La relación entre diversidad y sistema político sólo cabe afrontarla desde abajo. Entendiendo que hay sociedades diferentes que persiguen fines políticos diferentes y necesitan medios políticos adecuados. La relación entre diferentes se realiza de dos maneras: el pacto o la fuerza. Ahora bien, la vía de la fraternidad sólo puede funcionar por el cauce del diálogo y el acuerdo, no por la fuerza y la imposición. A propósito de la fraternidad, Jacques Maritain dice: «Lo que la conciencia profana ha adquirido, si no regresa a la barbarie, es la fe en la fraternidad humana (…), la convicción de que la obra política por excelencia es convertir la misma vida común en mejor y más fraternal».



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