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El perfil mariano



Fragmentos de la homilía que el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado del Vaticano, pronunció en el funeral de Chiara Lubich, el 18 de marzo, en la basílica pontifica de San Pablo Extramuros.
Chiara ha recorrido la etapa final de la peregrinación terrena acompañada por las oraciones y el afecto de los suyos, que han estado estrechamente unidos a ella en un grande e ininterrumpido abrazo. Fue débil pero decidido, en medio de la noche, su último «sí» al místico esposo de su alma, Jesús «abandonado-resucitado». Ahora todo está completamente cumplido: el sueño de los comien-zos se ha hecho realidad, el anhelo apasionado se ha visto saciado. Chiara se en-cuentra con Aquel que tanto amó sin verlo y, llena de gozo, puede exclamar: «¡Sí, mi redentor está vivo!». «Quien está en el amor permanece en Dios y Dios permanece en él». ¡Cuán-tas veces meditó Chiara estas palabras y cuántas veces las reprodujo en sus es-critos! Por ejemplo, en las «palabras de vida», a las que han acudido cientos de miles de personas para su formación espiritual. No hay otro camino para cono-cer a Dios y para dar sentido y valor a la existencia humana. Sólo el Amor divi-no nos hace capaces de «generar» amor, de amar incluso a los enemigos. Ésta es la novedad cristiana, aquí está todo el Evangelio. El siglo XX está cuajado de astros luminosos de este amor divino. Por ello no sólo se recordará por las maravillosas conquistas en el campo de la técnica y de la ciencia o por el progreso económico, que lamentablemente no ha eliminado, sino incluso acentuado, la injusta distribución de los recursos y de los bienes en-tre los pueblos; no pasará a la historia sólo por los esfuerzos en construir la paz, que desgraciadamente no han impedido crímenes horrendos contra la humanidad ni conflictos y guerras que no cesan de ensangrentar amplias regiones de la tie-rra. El siglo pasado, si bien cargado de no pocas contradicciones, es el siglo en que Dios suscitó innumerables y heroicos hombres y mujeres […] Algunos de estos pioneros de la caridad la Iglesia los considera ya santos y beatos: Don Guanella, Don Orione, Don Calabria, la Madre Teresa de Calcuta y otros. También fue el siglo en el que nacieron nuevos movimientos eclesiales, y Chiara Lubich ocupa un lugar en esta constelación con un carisma que es com-pletamente peculiar y que caracteriza su fisonomía y su acción apostólica. La fundadora del Movimiento de los Focolares, con un estilo silencioso y humilde, no crea instituciones de asistencia y promoción humana, sino que se dedica a encender el fuego del amor de Dios en los corazones. Suscita personas que sean amor en sí mismas, que vivan el carisma de la unidad, de la comunión con Dios y con el prójimo; personas que difundan «el amor-unidad» haciendo de sí mis-mas, de sus casas y su trabajo un «focolar» donde el amor arde, se hace conta-gioso y quema todo lo que está a su alrededor. Así es como el Movimiento de los Focolares se compromete a vivir al pie de la letra el Evangelio. Mariápolis, ciudad de María, es como quiso llamar a los encuentros y a las propuestas de una sociedad renovada por el amor evangélico. ¿Por qué ciudad de María? Porque para Chiara la Virgen es «la preciosísima llave para entrar en el Evangelio». Y quizá precisamente por eso fue capaz de resaltar en la Iglesia, de manera eficaz y constructiva, su «perfil mariano». Decidió confiar su obra a María dándole precisamente su nombre: Obra de María. Así la Obra −afirma -hiara− «permanecerá en la tierra como otra María: toda Evangelio, nada más que Evangelio; y puesto que es Evangelio, no morirá». Y ¿cómo no imaginar que precisamente la Virgen acompañe a Chiara en su llegada a la eternidad? Queridos hermanos y hermanas, continuemos con la celebración eucarística llevando al altar nuestro gracias al Señor por el testimonio que nos deja esta h -rmana en Cristo, por sus intuiciones proféticas, que han precedido y preparado los grandes cambios de la historia y los acontecimientos extraordinarios que ha vivido la Iglesia en el siglo XX. Nuestro gracias se une al de Chiara. Considera-do los muchos dones y gracias recibidos, Chiara decía que, cuando se presentase ante Dios y el Señor le preguntase su nombre, respondería sencillamente: «Mi nombre es GRACIAS. Gracias, Señor, por todo y por siempre». A nosotros, especialmente a sus hijos espirituales, les toca seguir la misión iniciada por ella. Desde el Cielo, donde nos gusta pensar que ha sido acogida por Jesús, su esposo, seguirá caminando con nosotros y ayudándonos. Hoy, al salu-darla con afecto, volvemos a escuchar de su voz esas palabras que ella tantas ve-ces amó repetir: «Quisiera que la Obra de María, al final de los tiempos, cuando tenga que presentarse compacta delante de Jesús abandonado-resucitado, pueda repetirle –haciendo suyas las palabras que siempre me han conmovido del teólo-go Jacques Leclercq– “En tu día, Dios mío, iré hacia ti […] con mi sueño más loco: llevarte el mundo entre mis brazos”». Éste es el sueño de Chiara; que sea también nuestro más ardiente deseo: «Padre, que todos sean uno, para que el mundo crea». Palabra de Benedicto XVI, leídas por el card. Bertone en el funeral «Participo espiritualmente en la solemne liturgia con que la comunidad cri-tiana acompaña a Chiara Lubich en su partida de esta tierra para entrar en el s -no del Padre celestial. Renuevo con afecto mi más sentido pésame a los respon-sables y a toda la Obra de María - Movimiento de los Focolares, así como a t -dos los que han colaborado con esta mujer, testigo generoso de Cristo, que se entregó sin reservas por la difusión del mensaje evangélico en todos los ámbitos de la sociedad contemporánea, siempre atenta a los “signos de los tiempos”. »Hay muchos motivos para dar gracias a Dios por el don que ha hecho a la Iglesia con esta mujer de fe intrépida, dulce mensajera de esperanza y de paz, fundadora de una vasta familia espiritual que abarca múltiples campos de evan-gelización. Quisiera sobre todo dar gracias a Dios por el servicio que Chiara a prestado a la Iglesia, un servicio silencioso e incisivo, siempre en sintonía con el magisterio de la Iglesia: “Los Papas –decía– siempre nos han entendido”. Y era así porque Chiara y la Obra de María siempre han tratado de responder con dócil fidelidad a todas sus solicitudes y deseos. Testimonio de esto son las relaciones ininterrumpidas con mis venerables predecesores, desde el siervo de Dios Pío XII y el beato Juan XXIII, a los siervos de Dios Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II. Para ella, el pensamiento del papa era una guía segura para orientarse. Es más, fijándonos en las iniciativas que ha suscitado, se podría incluso afirmar que casi tenía la profética capacidad de intuirlo y ponerlo en práctica con antici-pación. »Su herencia pasa ahora a su familia espiritual. Que la Virgen María, cons-tante modelo de referencia para Chiara, ayude a cada focolarina y focolarino a proseguir por su camino y así contribuir a que la Iglesia sea cada vez más “casa y escuela de comunión”, como escribió el amado Juan Pablo II nada más co-menzar del Gran Jubileo del 2000. »Que el Dios de la esperanza acoja el alma de esta hermana nuestra, conforte y sostenga el empeño de cuantos recogen su testamento espiritual. Aseguro por ello un particular recuerdo en la oración, mientras envío a todos los presentes el sagrado rito de la bendición apostólica».



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