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¿Qué quieres merendar?

Ana Guerrero

Ésta es una pregunta que algunos padres habitualmente formulan a sus hijos
Ésta es una pregunta que algunos padres habitualmente formulan a sus hijos. Y la respuesta suele contener un montón de productos muy poco sanos que los niños ven en los anuncios de la televisión y que «están de moda», como zumos envasados, bollos rellenos de chocolate acompañados de un regalo, las natillas que anuncia un futbolista famoso, bebidas azucaradas que supuestamente les harán crecer más sanos y fuertes, ser más «guay» entre sus amigos, etc. En realidad, ya de entrada la pregunta no es adecuada, pues los niños no tienen conocimientos suficientes de lo que es sano y nutritivo; más bien, los padres deberían formularla dándoles a elegir entre dos o más opciones saludables. Por ejemplo: «¿Qué prefieres para merendar: bocadillo de jamón y queso o manzana, melón y yogur?». Lo que sucede es que muchos padres, al igual que sus hijos, también están influenciados por una publicidad que lanza a nuestros cerebros imágenes sugerentes, música, frases pegadizas, deseos de ser como el famoso que aparece en el anuncio, etc. Las marcas tratan de engatusarnos, hacernos creer que nuestros hijos estarán mejor alimentados con los productos que anuncian, como por ejemplo las leches «junior», que no son necesarias desde el punto de vista nutricional, pero al tener azúcares añadidos resultan más agradables a los niños, o las meriendas envasadas en paquetes que supuestamente aportan la energía que los niños necesitan. Un dato relevante es que los productos más anunciados en España son los lácteos, los cereales azucarados o con chocolate, la bollería y el cacao soluble; en cambio, los alimentos realmente necesarios, como frutas, verduras, legumbres, pan, huevos, pescado y carne no se publicitan y no vienen en «paquetes». La influencia de la publicidad en los niños es aún mayor que en los adultos, ya que aceptan como verdad lo que los adultos o la televisión les presentan; incluso mucho antes de saber leer, los niños ya reconocen los productos anunciados en la tele porque los identifican por el logotipo o el colorido. También prefieren un mismo alimento si va envasado con una marca conocida a si va sin etiquetar. Además, los niños se dejan cautivar por todo lo que sea espectáculo y tienden a imitar los modelos de conducta que ven. Y mientras esto sucede, cada año aumenta el número de niños con sobrepeso y obesidad. Niños con malos hábitos de alimentación que dentro de unos años sufrirán enfermedades cardiovasculares, metabólicas, etc. ¡Urge concienciarnos y promover una alimentación y un estilo de vida sanos! En concreto, hablando de las meriendas, ¡demos a los niños una merienda sana! Puede ser un bocadillo de pan con embutido no graso, como jamón serrano o dulce, fiambre de pavo, queso fresco o con poca grasa, atún sin aceite, tortilla... y todo esto acompañado, por qué no, de unas rodajas de tomate o de lechuga. Otra alternativa es la fruta fresca o zumo natural (no zumos envasados) y yogur, un vaso de leche con galletas tipo María (no con chocolate o azúcar). De vez en cuando (por ejemplo un día a la semana) también se puede tomar un bocadillo de embutido graso o de chocolate o margarina, pero no debe ser la merienda habitual. Para contrarrestar la influencia de los anuncios, los padres tienen recursos a su disposición: ver la televisión con los niños y limitar el tiempo de verla, cuestionar los mensajes de los anuncios, explicar a los niños por qué comen determinados alimentos y no otros, darles alternativas saludables a las patatas y las chuches, como frutos secos o trozos de fruta, darles ejemplo nosotros, llevarlos al mercado, a la frutería para que conozcan los productos frescos. También se puede aprovechar cuando se hace la compra en el supermercado para enseñar a los niños a hacerla siguiendo parámetros nutricionales y económicos. Ir a comprar con nuestros hijos puede ser como una actividad extraescolar de la que podrían sacar un gran provecho. No olvidemos llevar una lista hecha desde casa, según el menú de la semana, y fijarnos en la composición de los alimentos; y al terminar, comprobar que llevamos más productos frescos que alimentos envasados o elaborados.



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